Capítulo
6
ASOMBRADA, Elena lo miró con los ojos abiertos de par
en par.
-Eh... ¿crees
que eso es posible?
-No he corrido riesgos, pero sé que los accidentes
pasan y parecía como si estuvieras llorando -Damon se encogió de hombros al ver
la expresión de Elena-. Pero no,
ya veo que esa no es la cosa muy importante a
la que te referías
-No, no es eso.
-¿Estás enferma? -le preguntó con el ceño fruncido.
-Estoy muy sana.
-Entonces, no hay motivo de preocupación. Entró, cerró
la puerta, le rodeó los hombros con los brazos y la atrajo hacia sí. Elena tomó
aliento. -Damon...
-No me des sustos. Estaba preocupado de verdad.
-Lo sé, pero...
La abrazó con más fuerza y dejó escapar un gruñido de
satisfacción al notar que se le endurecían los pezones. Le tomó el trasero con
firmeza para apretarla contra la turgente erección.
-¡Caray! Desde que me llamaste, sólo he pensado en
estar contigo.
Damon resopló porque lo único que le apetecía hacer
era satisfacer el deseo apremiante que lo dominaba: apoyarla contra la pared,
levantarla y entrar en ella una y otra vez. Como un animal, se reconoció con
sorpresa.
Elena, abrumada por un anhelo idéntico, se estremeció
arrastrada por la reacción irreflexiva hacia él. Intentó recuperar el dominio
de sí misma y apoyó la cara en el cuello de Damon para separarse, pero el olor
de su piel era el más potente de los afrodisíacos. El corazón le latía
desbocado y se frotó contra él para buscar alivio en sus sensibles pezones.
Damon soltó una maldición apenas audible y le agarró
del pelo para tirar de su cabeza hacia atrás. Los ojos negros con reflejos
dorados se clavaron en los suyos y ella se estiró hacia él como si le hubiera
soltado un resorte. La besó en la boca y le introdujo la lengua con un
movimiento rítmico muy explícito que hizo que le flaquearan las rodillas y que
sintiera una humedad ardiente entre los muslos.
-Tengo que entrar en ti -jadeó Damon...
La llevó al sofá y la puso encima de él. Ella se puso
tensa y fue a emitir algún sonido de queja, pero Damon le levantó la camisa y
se hizo cargo de la prenda que retenía sus pechos. Cuando quedaron libres, Damon
dejó escapar un gruñido de aprobación. Los tomó entre las manos y le pasó la
lengua por los sensibles pezones mientras ella jadeaba de placer por las
diestras caricias.
-No podemos... -balbució Elena mientras luchaba contra
su propio anhelo.
Damon la hizo callar y ella contuvo un gemido al notar
el dedo de él en el húmedo triángulo de tela que tenía entre los muslos.
-Adoro tu cuerpo, adoro cómo reaccionas...
-Tengo... que hablar contigo...
-Estaré más receptivo dentro de una hora, cuando me
haya recuperado de la abstinencia. de nueve días -le aseguró Damon.
Ella estaba tan excitada, que no podía respirar. Él la
acariciaba y ella se sentía desbordada por una sensación de placer cada vez más
intensa. Lo agarró de los hombros y dejó caer la cabeza hacia atrás
abandonándose a las caricias de él.
-Dime cuánto me has echado de menos, ma belle.
Ella no podía hablar, estaba concentrada en la
inmensidad del placer que él le estaba proporcionando. Se estremecía de deseo,
se apretaba contra la experta mano de Damon arrastrada por el ansia de su
palpitante intimidad. Introdujo la lengua de Damon en su anhelante boca una
vez, dos... la intensidad erótica bastó para llevarla al clímax y no pudo reprimir
un grito extasiado.
Elena no volvió a ser consciente de que tenía un
cuerpo físico hasta que dejó de estremecerse y desapareció el velo de placer
obnubilante. Él la abrazaba con fuerza y murmuraba cosas incomprensibles en
francés como si supiera que la había vuelto del revés tanto física como
emocionalmente. La apartó un poco y le quitó el pelo de la frente. Sonrió y
ella sintió que el corazón le daba un vuelco.
-No me has podido decir que me has echado de menos,
pero me lo has demostrado -susurró Damon.
Elena se sonrojó hasta el cuero cabelludo. Seguía
vestida. Se había dejado arrastrar de tal forma que sólo ella había sentido
placer. Con torpeza y el rostro ardiendo por haber perdido el control de
aquella manera, se bajó de las caderas de Damon y se puso bien la camisa. Se
quedó de pie temblando por la impresión de lo que le había pasado en brazos de
él. Él le alisó la falda y luego entrelazó los dedos con los de ella.
Lentamente, le dio la vuelta para que lo mirara de
frente.
-Tu pasión me vuelve loco. No sabes lo especial que
es. No quiero una mujer a la que le preocupe arrugarse la ropa o despeinarse...
-¡Te gustan más las puercas!
Elena salió corriendo al cuarto de baño antes de
ponerse más en evidencia y echarse a llorar.
Sin embargo, no consiguió intimidad. Damon entreabrió
la puerta.
-Saldremos a cenar y disfrutaremos, con por lo menos
cinco platos... ¿te sentirás mejor?
Elena, con un cepillo de pelo en la mano, se miró al
espejo y comprendió que no había nada que la hiciera sentirse mejor
-No podemos salir. Tengo que decirte algo y luego me
odiarás.
Se hizo un silencio sepulcral al otro lado de la
puerta.
-¿Hay otro hombre? -le preguntó Damon.
-No.
-Entonces, no hay nada que no pueda soportar -afirmó Damon
con mucha confianza-. ¿Tenemos que sentarnos a cenar? Tengo hambre, pero tengo
mucha más hambre de ti.
A ella casi no le salían las palabras.
-Saldré dentro de un minuto. Abre una de esas botellas
de vino.
-¿Quieres que te espere arriba? -Damon dejó escapar
una risotada-Si te parezco desesperado, es que lo estoy. ¡No puedo más!
-Quédate abajo -le ordenó Elena vacilantemente.
Cerró los ojos para contener las lágrimas que tanto la
habrían aliviado. Estaba segura de que ninguna mujer había complicado tanto una
relación. Lo amaba. Nunca había dejado de amarlo. Sin embargo, él no la amaba.
La ansiaba con locura y ese era el poder que tenía ella.
Cuando él llegó, tendría que haberlo mantenido a
cierta distancia para poder confesarle lo que tenía que confesarle. Aunque la
verdad era que tampoco sabía cómo había acabado en aquel sofá con él. Cuando él
la tocaba, todo lo demás dejaba de existir. Sin embargo, esa vez, por lo menos
esa vez, tendría que haber podido mantener el control por el bien de su hijo.
-¿Por qué estás preocupada?
Damon le dio un vaso de vino cuando ella salió del
cuarto de baño y la miró con los ojos entrecerrados.
-Mi preocupación se remonta a hace casi cuatro años -Elena
se llevó el vaso de vino a los labios.
-Has vuelto a mi vida. Lo más sensato sería dejar el
pasado donde está.
-Me temo que este es un trozo del pasado que no
podemos manejar a nuestro antojo -Elena se sentó en el sofá y clavó los ojos en
el vaso de vino-. ¿Te acuerdas de que aquel verano me preguntaste si tomaba la
píldora?
Damon frunció el ceño.
-Sí.
Elena no podía mirarlo a la cara.
-El médico me dijo que la tomara porque tenía acné.
Bueno, me dio píldoras para tres meses, pero perdí una caja y me quedé sin
ninguna mientras estaba en Francia.
-¿Te quedaste sin píldoras...? -le preguntó Damon sin
salir de su asombro.
A Elena le costaba reconocer lo ingenua que había sido
entonces.
-Pensé que no importaba mucho si no las tomaba durante
dos semanas. Creía que tenían cierto efecto acumulativo si las había tomado
bastante tiempo seguido.
-¿Quieres decir...? -Damon resopló-. ¿Quieres decir
que aunque no las tomabas creías que seguían evitando el embarazo?
Damon subió el volumen de la voz.
-No me grites. Ya sé que fue una estupidez, pero en
aquellos tiempos no sabía nada de estas cosas. Cuando me las dieron, no me
preocupé por esos detalles porque no sabía que tú aparecerías y que las
necesitaría para eso.
-No puedo creérmelo. ¿Por qué no me dijiste que tomara
alguna medida? -Damon la miraba con incredulidad.
-Bueno... Me habías dicho que no te gustaban los
preservativos.
-¡Vaya! -exclamó Damon.
-Yo no quería molestarte y me había convencido de que
no había peligro -Elena dejó escapar un suspiro-. Tenía diecisiete años y no
podía imaginarme que me quedaría embarazada. Pensaba que eso no podía
ocurrirme, pero, naturalmente, me ocurrió.
Fue como si una piedra hubiera caído en un estanque
inmóvil. Un estanque que empezaba a agitarse debajo de la superficie. Damon,
pálido a pesar de su tez morena, la miraba desde el extremo opuesto de la
habitación. Los ojos dorados resplandecían de tensión y rabia.
Elena volvió a mirar la copa de vino y la dejó con un
gesto brusco sobre la mesa.
-Al-poco tiempo de volver a Inglaterra... descubrí que
estaba embarazada... vomitaba por la mañana, la tarde y la noche. Para resumir,
él...
-¿El?
-Nuestro hijo nació tres semanas antes de que yo
viniera a la investigación del accidente -Elena se sujetó las manos para que no
le temblaran-. Quise decírtelo, pero...
-¡Dios mío! ¿Por qué tan tarde? ¿Por qué no me lo
dijiste meses antes?
-Cambiaste el número de tu móvil. Intenté llamar a la
villa de Dordoña, pero ya la habías vendido y yo no tenía ninguna dirección ni
forma de ponerme en contacto contigo.
-No es una excusa muy buena. Pudiste intentarlo un
poco más.
-Yo no tengo tu dinero para hacer una búsqueda a fondo
y, además, tenía otros problemas. Mi padre le había dejado todo a mi madrastra.
Cuando ella se dio cuenta de que estaba embarazada, me echó a la calle,
literalmente, con lo puesto. Acababa de empezar el curso de arte y tuve que
dormir en el suelo de la casa de una amiga hasta que Alison, la hermana de mi
madre, me acogió.
-Estoy seguro de que ella podría haberte ayudado a
encontrarme a través de mi línea aérea -Damon aumentó el sarcasmo y no cedió ni
un centímetro.
-Me parece que estás pasando por alto que, después del
accidente, te deshiciste de mí como de una patata caliente y no volviste a
hablarme....
-El accidente no tuvo nada que ver. Te vi con el
idiota de la Harley...
-Pero yo no sabía lo que pasaba por tu cabeza -Elena
lo miraba y le pedía su comprensión-. No sabía que tú creías que yo estaba con
otro. Sólo sabía que tú no querías saber nada más de mí desde que tu padre y el
mío murieron. Comprenderás que no tuviera mucha prisa en decirte que estaba
embarazada... porque, aunque no lo creas, yo también tengo orgullo.
Damon estaba muy pálido. Se pasó la mano temblorosa
por el pelo.
-¿Por qué no lo dices claramente? ¡Diste a mi hijo en
adopción!
Era natural que él pensara eso. Al fin y al cabo, él
no había visto ni rastro de un niño cuando fue a visitarla a Londres ni cuando
ella había estado en la casa de campo.
-No, no lo hice. No podía hacerlo. Está en el piso de
arriba...
Damon la miró con el ceño fruncido. Lo que había oído
era demasiado increíble.
-Comment?
-Se llama Thomas
Damon. Tu nombre está en
el certificado de nacimiento. Pensé hablarte de él durante la investigación del
accidente -Elena no podía eliminar al tono amargo de su voz-. Pero tú no
querías saber nada de mí.
-¿Qué quieres decir? -Damon no se centraba en lo que
para él no tenía importancia-. ¿Estás diciendo que nuestro hijo está aquí? No
te creo...
-El día que me visitaste en Londres el niño estaba en
la guardería y se lo dejé a Alison cuando vine aquí la otra vez.
Elena se levantó y se dio cuenta de que podía haber
estado hablando a una pared.
-¿Está arriba? -le preguntó Damon con cierta
violencia.
Elena se quedó al pie de la escalera.
-¿Qué te parece...? -le preguntó sin apenas poder
hablar.
-Que no puedo creerme que sea verdad porque si lo
hiciera podría ponerme tan furioso que perdería la cabeza -Damon la miró con
una seriedad impresionante-. No puedo creerme que sea verdad porque la semana
pasada te acostaste conmigo y no me dijiste nada.
Ella se sonrojó.
-No quería...
La miró con aire burlón.
-Quiero verlo.
-Está dormido... De acuerdo.
Intimidada por la furia de su mirada, subió al piso de
arriba y abrió la puerta del dormitorio de Thomas. Damon, detrás de ella,
estaba petrificado. La cama estaba iluminada por una tenue luz de ambiente. Thomas
tenía la cara sonrosada, los rizos revueltos y la sábana enrollada alrededor de
la cintura. Damon apartó a Elena y entró en la habitación. A ella le dio un
vuelco el corazón y se preguntó qué pensaba hacer. Durante un momento
interminable, Damon miró a Thomas y los coches que estaban perfectamente
alineados en el zócalo. Resopló largamente y volvió a salir muy lentamente.
El silencio en el descansillo era atronador.
Elena bajó corriendo las escaleras.
Damon la alcanzó y la miró fuera de sí.
-Eres como una secuestradora que no ha pedido rescate.
Elena palideció.
-Has vuelto a mentirme, pero esta vez las consecuencias
han sido mucho peores. Esta vez un niño inocente ha sufrido...
-Thomas no ha sufrido...
-¡Claro que ha sufrido! ¡No ha tenido padre! No intentes
decirme que eso no ha tenido importancia en la vida de mi hijo. No intentes dar
el argumento sexista de que la figura de la madre es más importante.
Elena, que no se había esperado un ataque tan
furibundo, estaba pálida como la cera.
-Yo no iba a...
-¡Vaya! ¡Cómo me alegro! -espetó Damon-. A no ser que
quieras oír lo furioso que estoy de enterarme que una colegiala estúpida ha
intentado criar a mi hijo.
-¡No me llames estúpida! Quizá no sea un genio como
tú, pero mi cabeza no está nada mal...
-¿Sí? -le replicó Damon inmediatamente-. Acabas de
decirme que hasta que te acogió tu tía, estuviste durmiendo en el suelo
mientras estabas embarazada. Si te hubieras puesto en contacto conmigo, habrías
vivido rodeada de lujos. Así que, al no hacerlo, cometiste una estupidez
inexcusable.
-Al escucharte ahora, creo que no ponerme en contacto
contigo fue lo más inteligente que pude hacer. Que seas repugnantemente rico no
te hace mejor.
-Salvo como padre. Intenta concentrarte en lo
fundamental. Hace cuatro años, tú tenías la responsabilidad de cuidar a nuestro
hijo aún no nacido. ¿Desde cuándo se recomienda que las mujeres embarazadas
duerman en el suelo?
Elena apretó los labios y miró hacia otro lado.
-Pero en la situación actual, nuestra preocupación
principal debe ser Thomas, no cómo me sienta yo por tus mentiras ni cómo te
sientes tú por mí. Se trata de Thomas y de sus derechos -Damon levantó una mano
para hacer hincapié en sus palabras-. Su derecho más elemental es tener un
padre que lo cuide y tú se lo negaste.
Elena se agarró las manos temblorosas. Tenía las
palmas húmedas, los ojos le escocían y tenía la garganta tan seca, que le
dolía. Por mucho que lo intentara, no podía sostener la mirada de Damon. Era
como si la hubiera agarrado de la garganta y le hubiera arrebatado todas las
excusas antes de llegar a pensarlas. Thomas y sus derechos. Tenía que reconocer
que no había pensado en el derecho de su hijo a conocer a su padre hasta hacía
poco tiempo, cuando comprendió que Thomas pronto empezaría a hacer preguntas.
-Tal y como te comportabas conmigo, pensaba que no
querrías saber nada de él.
Elena sabía que aquello sonaba a acusación, pero no
podía evitarlo porque no creía que fuese justo que él se negara a reconocer que
la forma de tratarla había influido en su opinión sobre él.
-Eso no podías decidirlo tú...
-De acuerdo, fui a la investigación del accidente
decidida a decirte que eras el padre de mi hijo, pero tú no me concediste ni
cinco minutos de tu tiempo...
Los rasgos de Damon se tensaron, pero se mantuvo firme
en su posición.
-Esa no es la cuestión...
-¡Esa es exactamente la cuestión! -le rebatió Elena
con violencia al recordar la tremenda humillación que sintió aquel día-. Estaba
preparada y deseando decirte que eras el padre de Thomas. Creo que deberías
recordar lo grosero que estuviste conmigo aquel día.
-Yo no hice ni dije nada.
-Y nada fue lo que te mereciste y recibiste por
tratarme como si no te llegara a la suela del zapato. Casi te supliqué que
hablaras conmigo en privado a pesar de que toda tu esnob familia y tus amigos
me miraran con si yo hubiera sido la culpable del accidente y no mi padre.
Damon estaba rígido y pálido de ira.
-Ese día estaba demasiado preocupado por el dolor de
haber perdido a mi padre como para ocuparme del comportamiento de los demás.
-¡Te importaba un rábano! Yo tenía dieciocho años,
estaba en un país extranjero y también estaba sufriendo por la pérdida de mi
padre -Elena temblaba de furia-. Pero entonces te comportaste como si tuvieras
el monopolio del sufrimiento. Tú perdiste a tu padre, pero pudiste conservar un
recuerdo de él lleno de respeto y cariño. Yo ni siquiera pude tener eso porque
mi padre se había emborrachado y había destruido muchas vidas.
Damon extendió las manos con un gesto de rechazo.
-No me di cuenta de cómo se comportaban los demás. ¡Si
crees que detrás de mi comportamiento de aquel día sólo había dolor... !
-¡No me grites! -lo interrumpió Elena llena de ira.
Damon resopló y se quedó paralizado y perplejo por el
sonido que llegaba del piso de arriba. Elena reaccionó antes y subió las
escaleras a toda velocidad. Se encontró a Thomas sentado en la cama y con las
mejillas llenas de lágrimas.
-¡El coche me ha atropellado!
Elena comprendió lo que le había producido la
pesadilla y lo abrazó con fuerza.
-Sólo era un sueño, Thomas. El coche no te ha atropellado.
Estás bien -le aseguró con una sonrisa tranquilizadora.
Sin embargo, aunque Thomas había dejado de llorar, le costaba respirar
y, como todavía no estaba despierto del todo, esas dificultades lo asustaban
más.
genial¡ en mi opinión el no tiene nada que reclamar¡ espero el próximo¡ >^.^<
ResponderEliminarOpino igual jaja, mañana se discubrirán más cosas si no recuerdo mal
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