Capítulo 7
En el coche, de camino a Atenas, Damon trataba de contener su ira. Divisar los suaves muslos de Elena por el rabillo del ojo era demasiado.
Cuando la había visto con el vestido, había querido arrancárselo y ponerle otro que la tapara de la cabeza a los pies. Sólo cuando ella le había provocado, se había dado cuenta de que ese deseo de decencia surgía de un lugar muy ambiguo.
De pronto, no le había gustado la idea de que resultara tan obvio que ella era su amante. El hecho de tener que recordarse que eso había sido justamente lo que quería lo conmocionó. Y más preocupante aún: acostarse con ella la última semana no había disminuido su efecto sobre él. Cada vez que penetraba aquel grácil cuerpo, su deseo aumentaba exponencialmente. Además, cada vez era más consciente de que Elena llamaba mucho la atención de otros hombres, algo, que ella aparentemente no advertía.
Él estaba comenzando un nuevo camino, asentándose en el hogar de su familia, por no mencionar el hecho de hacerse cargo de una empresa multimillonaria al tiempo que mantenía sus negocios en Nueva York. Tenía mil y una cosas a las que dedicar su tiempo y energía. Pero Elena ocupaba gran parte de sus pensamientos, por lo que no podía evitar sentirse un estúpido: estaba acostándose con la enemiga, y ella estaba demostrando tener más control sobre él de lo que le gustaría admitir.
La única manera que él conocía de contrarrestar esas dudas era el control. Y lo único que deseaba controlar era a Elena. Ordenó al chófer que subiera la barrera de privacidad y, sin decir nada, se giró hacia ella. La elevó y se la sentó a horcajadas, levantándole el vestido para que pudiera moverse con libertad. La agarró de las caderas y la acercó a su erección. Vio que ahogaba un grito, pero sus ojos no reflejaban ninguna emoción, como si se hubiera escondido en algún lugar lejano. Damon se ofendió, ¿cómo se atrevía a ocultarse?
Lo que siguió fue una batalla de egos más que una relación sexual. Con brusquedad, Damon se bajó la cremallera del pantalón, apartó las bragas de Elena, y se sumergió en su cálida humedad.
No permitió que ella desviara la mirada. Y, cuando cerró los ojos, le urgió a abrirlos. Elena obedeció, desafiante. Lo cual sólo aumentó la intensidad del acto. Ella sabía que Damon quería algo, pero estaba decidida a no entregárselo. Por fin llegó el momento: Damon empezó a sentir los espasmos del orgasmo de Elena y supo que él no podría aguantar mucho más. Y así fue.
Terminado el acto, Damon apoyó su cabeza en los senos cubiertos de Elena. Sus cuerpos seguían íntimamente unidos. Vio que ella dudaba y le acariciaba el cabello, y se dio cuenta de que él había ganado aquella ronda. Curiosamente, no se sintió victorioso.
***
Más tarde, estando en otro acto público, Elena se preguntó cuánto podría aguantar aquel posar, acicalarse y mantener relaciones sociales. Estaba controlándose para no sucumbir a la tentación de estirarse el vestido hasta debajo de las rodillas. Se sentía expuesta, estaba enfadada consigo misma por haberlo elegido. Y cuando Damon había declarado que era perfecto, el enfado le había impedido cambiárselo.
En cuanto a lo que había sucedido en el coche, de camino hacia allá... aún se avergonzaba al haber permitido que Damon le hiciera algo así. Ella se había esforzado por mantener la calma, pero había sido casi imposible.
Había aprendido la lección la mañana después de su primera noche junta, cuando él se había mostrado tan frío. Cada noche desde entonces, Damon acudía a su cama y hacían el amor, pero al poco de terminar, él se levantaba y regresaba a su propio dormitorio. Nada de quedarse con ella un rato. Nada de palabras bonitas ni de ternura. Nada de susurros en la noche, que era lo que ella siempre había imaginado que haría con un novio.
-Estás a miles de kilómetros de aquí, Elena.
Su mente regresó al abarrotado salón de uno de los hoteles más lujosos de Atenas. Meredith Mikaelson le sonreía.
—No te culpo —añadió la mujer, mirando a los dos hombres que hablaban cerca de ellas, ambos altos y llamando la atención, sobre todo de las mujeres.
Meredith suspiró indulgente.
-Aún recuerdo cómo era... ¿a quién quiero engañar? todavía eclipsa todo lo demás.
Elena sonrió tensa. Klaus la había saludado más cálidamente esa noche, como si hubiera superado alguna prueba. Y ella se había preguntado cómo podría romper la desconfianza de Damon. recordó que él la había sorprendido con las manos en la masa en su despacho, y reconoció que sería difícil: tendría que creer que ella tal vez fuera inocente, pero no tenía razones para hacerlo, y menos aún interés.
Elena apartó esos pensamientos de su mente, abrumada por estar sintiéndose tan vulnerable. Se obligó a sonreír más ampliamente.
—Cualquiera diría que seguís de luna de miel, y no que regresáis a casa junto a vuestros dos retoños.
Justo entonces, una conocida fue a buscar a Meredith, y Elena se quedó sola de nuevo. Inmediatamente, Damon se giró hacia ella y le tendió una mano. Ella la tomó, con la sensación de que algo trascendental acababa de suceder. Lo cual era ridículo. Pero se dio cuenta de que, desde aquel primer evento, Damon nunca la había dejado sola. No era lo que se dice efusivo, pero sí solícito y atento.
Encontrarse frente a él y a Klaus era demasiado. Intentó ignorar su inquietud y sonrió.
Klaus miró brevemente a Damon y luego a ella.
—Tengo que pedirte un favor. Ella asintió.
—Claro, lo que sea.
—Me gustaría encargarte un conjunto de joyas para Meredith. Nuestro aniversario es dentro de un par de meses, y dado que ella ha descubierto que tú diseñaste el collar que le regalé, sé que le encantaría el juego completo. Estaba pensando en una pulsera, y tal vez unos pendientes. ¿Qué te parece?
Elena sintió un enorme gozo. Y al instante, se entristeció al darse cuenta de que no tenía medios de llevar a cabo el encargo.
—Es un honor que me lo pidas. Me encantaría poder hacerlo, pero desgraciadamente no me encuentro en una posición de crear algo nuevo, no tengo...
—Yo me aseguraré de que tenga todo lo necesario. Elena miró boquiabierta a Damon.
—Fabuloso —señaló Klaus—. ¿Puedes venir a mi des pacho mañana por la mañana para que hablemos del diseño?
Elena lo miró anonadada.
—Claro que sí.
Meredith regresó y recordó a Klaus que habían prometido regresar pronto a casa. Mientras se marchaban, Klaus guiñó discretamente un ojo a Elena.
Cuando se quedaron solos, Elena miró a Damon.
-oN deberías haberle prometido que yo aceptaría el encargo—dijo tensa—. No sabes cuánto costará hacer lo que él desea, sobre todo cuando lo quiere tan pronto. Además, no tengo un taller para trabajar.
Damon la abrazó, y ella sintió miles de mariposas en el pecho. aparte de sujetarla de la mano, Damon apenas la tocaba más íntimamente en público.
-La mansión tiene un montón de habitaciones vacías, y no tengo ninguna intención de negarle a mi amigo lo que desee.
¿Por qué a Elena le dolió el corazón ante aquella generosidad de Damon hacia su amigo?
***
Elena se quedó en la puerta de la habitación, en la parte trasera de la mansión, y sacudió la cabeza con ironía. Había que ver lo que conseguía una riqueza sin límites: en sólo unos días, había montado un taller con la última tecnología para fabricar joyas. Ni siquiera en la universidad había tenido acceso a un equipamiento tan bueno. Le dolía saber que, cuando llegara el momento, Damon se desembarazaría de él igual de rápido. Suspiró pesadamente.
— ¿No te gusta?
Elena se giró, llevándose la mano al pecho.
-¡Qué susto!
A pesar de eso, su traicionero cuerpo estaba respondiendo al verlo.
—Tienes cara de entierro, así que lo único que puedo deducir es que odias tu taller.
Ella negó con la cabeza, horrorizada porque él captara su torbellino interior con tanta facilidad.
-No, me encanta —aseguró, y le dio la espalda para protegerse—. Debes de haberte gastado una fortuna. Sólo espero que no te cueste mucho deshacerte de todo.
Él se quedó en silencio durante un largo rato. —no te preocupes por eso —dijo por fin.
Algo se rompió en su interior ante las desenfadadas palabras de ella. Le parecía tan sexy con sus vaqueros y su camiseta, que sintió cierta debilidad. Se oyó decir duramente:
—No te hagas ideas equivocadas con Klaus Mikaelson, es un hombre felizmente casado.
Elena lo miró sin dar crédito. Al ver la nueva calidez con que Klaus la trataba la otra noche, a Damon se le había encogido el estómago.
Además, ella había vuelto radiante de su reunión con Klaus para discutir los nuevos diseños. Por alguna razón, Damon había decidido trabajar desde casa ese día, y había salido al vestíbulo al oírla llegar. Ella estaba tarareando, pero nada más verle, se había callado. Y lo había mirado con cautela.
Damon la había arrastrado a su estudio, donde una pasión como no había experimentado nunca le había hecho poseerla sobre su escritorio, como un adolescente lleno de hormonas.
Ella lo miró, dolida.
—Soy muy consciente de que Klaus está felizmente casado, y te aseguro que él estaría tan dispuesto a fijarse en mí, como tú a creer que no intenté robarte.
A Damon se le encogió el pecho.
-Eso es imposible.
A pesar de que fue muy bajo, la oyó inspirar sorprendida.
-Exacto —fue todo lo que dijo ella, con resignación en la voz. Casi vencida.
***
Más tarde, cuando regresaban de la inauguración de un nuevo restaurante, Elena se sintió exhausta. La conversación en el taller de joyería le había afectado más de lo que le gustaría admitir. Se hallaba en un aprieto: le gustaría defenderse acerca de que no era una ladrona, pero no quería que nada impidiera la boda de Katherine. Estaba furiosa consigo misma por querer defenderse, como si Damon fuera a mostrarle otra parte de sí mismo. Ella estaba condenada por ser quien era, y punto.
Siguió a Damon escaleras arriba, con la cabeza gacha. Se tropezó con él al llegar arriba y gritó asustada al sentir que caía al vacío.
En un segundo, Damon se giró y la agarró, apretándola contra sí. La miró con el ceño fruncido.
— ¿Se puede saber qué te ocurre?
Ella sacudió la cabeza. A pesar de su agotamiento, su cuerpo estaba reaccionando ardientemente. —nada. Sólo estoy un poco cansada.
Él se la quedó mirando y, de pronto, la soltó.
—Vete a dormir, Elena. Tengo que llamar a Nueva York. Estaré ocupado unas dos horas.
Elena asintió, intentando ignorar su decepción.
—Mañana estaré fuera todo el día. Mi hermana y yo vamos a compramos los vestidos para la boda —le informó, y añadió dudosa—: no te he dado las gracias por asegurarte de que la ceremonia de Katherine se haya organizado tan rápidamente.
El rostro de Damon se hallaba oculto entre las sombras, así que ella no pudo ver su expresión.
—Era parte de nuestro acuerdo, ¿recuerdas? —dijo él.
—Por supuesto —contestó ella, dolida.
Y sin decir nada más, se giró y se metió en su habitación.
***
Damon debía telefonear a Nueva York, tenía a una sala de reuniones entera esperando su llamada, pero... no lograba sacarse a Elena de la cabeza. Ni sus ojeras de cansancio. No lograba olvidarse de los últimos días, en que todo su mundo se había puesto patas arriba. Y sólo una cosa mantenía sentido: Elena Gilbert en su cama.
Su relación era totalmente diferente a las demás que había conocido. Ella seguía siendo un enigma. Un peligroso enigma.
No lograba dejar de pensar en la humildad con que le había dado las gracias por organizar la boda de su hermana, cuando eso había sido una herramienta de negociación para asegurarse el futuro de las dos. Algo no le cuadraba.
Ella había tenido muchas oportunidades de hablar con su padre, pero no lo había hecho. Las pocas veces que había salido, había sido a ver a su hermana. Ni siquiera se había acercado a su antigua casa. Eso indicaba que el padre no tenía nada que ver. Pero Damon sabía que no podía olvidarse del todo de sus sospechas.
Una cosa estaba clara: cuanto más tiempo pasaba con Elena, en la cama o fuera de ella, menos lógico se volvía. Tal vez era el momento de recular y adquirir cierta perspectiva.
Por fin, se sentó al teléfono y se pasó las dos horas siguientes esforzándose por olvidar a la mujer que dormía en el piso de arriba.
***
Una semana después, Elena estaba en la cama. Sola. Era tarde. Damon había telefoneado antes avisando de que debía quedarse a trabajar, y que ella cenara en casa. No era la primera noche que sucedía en la última semana y ella, más que alegrarse por el descanso, estaba nerviosa.
Damon había sido tan apasionado desde que se habían conocido,
Que resultaba abrumador conocer su cara más distante.
De pronto, le oyó moviéndose en su propio dormitorio. Contuvo el aliento, pero pasaron los minutos y no sucedió nada.
Elena giró en la cama y contempló la oscuridad. Odiaba no sentir alivio porque él no entrara; odiaba que su cuerpo ardiera de deseo. Cerró los ojos, pero los abrió rápidamente ante las tórridas imágenes que acudieron a su mente. Nunca habría creído que el sexo podía ser tan... excitante. Y adictivo. Con sólo una mirada de él, ya se encendía. Eso debía de formar parte de su plan de venganza. Después de todo, él tenía mucha más experiencia.
Intentó dormir pero, como no lo conseguía, se levantó a por un vaso de agua.
Al abrir la puerta de la cocina, se encontró con Damon sentado frente a la isla, comiendo algo. La miró y ella reculó instintivamente, con la sensación de estar interrumpiendo un momento privado.
—Disculpa, no sabía que estabas despierto. Él le hizo un gesto de que entrara.
— ¿No podías dormir?
—No —respondió ella incómoda.
Se sentía cohibida con sus pantalones de pijama gastados y la fina camiseta, aunque aquel hombre conocía su cuerpo casi
Mejor que ella misma. Claro, que ya no parecía tan interesado en ella. Le invadió la inseguridad.
—Sólo quería un poco de agua.
Se acercó al frigorífico y sacó una botella, intentando ignorar su pulso disparado. Le espantaba la idea de que él advirtiera lo mucho que lo deseaba.
Lo observó por el rabillo del ojo: iba vestido con vaqueros y camiseta, y tenía ojeras. Algo llamó su atención y se acercó a él.
— ¿Eso es mantequilla de cacahuete y mermelada? Damon asintió y terminó de comerse su sándwich.
Viendo a Elena desconcertada, dijo secamente:
— ¿Qué ocurre?
Ella sacudió la cabeza.
—Es sólo que... no habría imaginado... —dijo, sintiéndose como una idiota.
Había algo encantador en esa estampa. Sin darse cuenta de lo que hacía, Elena se sentó en el taburete frente a él.
— ¿Quieres uno? —le ofreció Damon, con una medio sonrisa. Ella negó con la cabeza.
—Mi yaya fue quien me aficionó a esto —explicó él, tapando los frascos—. solía decir que esta combinación era lo único que le hacía soportable vivir en estados unidos. Nos colábamos en la cocina por la noche, a escondidas, y ella me preparaba los sándwiches y me hablaba de Grecia.
Elena sintió una extraña opresión en el pecho. —parece que era una mujer, encantadora.
—Lo era, y fuerte. Dio a luz a mi tío pequeño cuando se encontraban a un día de viaje de Ellis Island. Casi murieron ambos.
Elena no supo qué contestar. La punzada del pecho aumentó.
—Yo también tenía una relación estrecha con mi yaya, aunque no vivía con nosotros. No se llevaba bien con mi padre, así que sólo nos visitaba de vez en cuando. Pero de pequeñas, Katherine, Caroline y yo íbamos a verla tan a menudo como podíamos. Nos enseñó todo lo que sabía sobre plantas y hierbas, cocina tradicional griega... todo lo que a Irina, mi madrastra, no le interesaba.
— ¿Caroline? —inquirió Damon, frunciendo el ceño.
—Era la gemela de Katherine —respondió Elena con un dolor demasiado conocido—. Murió a los quince años, en un accidente de coche bajando hacia Atenas desde las montañas. Era un poco alocada, y estaba atravesando una fase de rebeldía. Y yo no estaba aquí para... se detuvo. ¿Por qué estaba contándole todo eso? a él no le interesaría su historia.
— ¿Por qué no estabas aquí? —preguntó él.
Parecía querer saberlo realmente, y a ella estaba resultándole fácil hablar. Decidió confiar en él.
—Mi padre me envió a un internado en el oeste de Irlanda desde los doce años hasta que acabé el colegio, para que pudiera aprender sobre mi herencia irlandesa y ver a mi madre —contestó, obviando que su padre básicamente no la quería a su lado—. Lo peor fue separarme de las niñas y la yaya, que murió en mi primer semestre allí. Y yo estaba demasiado lejos para llegar a tiempo al entierro.
Elena elevó la mirada y reprimió la emoción al pensar en que tampoco le habían permitido regresar a casa para el entierro de Caroline, de ahí el posterior apego con Katherine.
— ¿Por qué se marchó tu madre? —preguntó Damon suavemente.
Elena se tensó. Nunca hablaba de su madre con nadie, ni siquiera con Katherine. Le generaba demasiadas emociones encontradas. Pero Damon no estaba presionándola, tan sólo estaban charlando por la noche. Inspiró hondo y respondió:
—Se marchó cuando yo tenía dos años. Era una hermosa modelo de Dublín, y creo que la realidad de verse casada con un griego y llevar una tranquila vida casera en Atenas fue demasiado para ella. Regresó a su hogar y a su vida glamurosa. Mientras estudiaba en el internado, la vi un par de veces, pero eso fue todo.
«Qué patético», pensó. Su propia madre no había querido llevársela consigo. De no ser por el nacimiento de las gemelas, y su instantáneo lazo con ellas, no sabía cómo podría haberlo soportado.
Se hizo el silencio, y Elena se sintió incómoda. Acababa de contarle más de lo que nunca había compartido con nadie. Ella también tenía preguntas. Con cierto temor, pero envalentonada por lo que acababan de compartir, le planteó:
— ¿Qué le sucedió a tu madre?
Damon, que acababa de guardar los tarros, se detuvo en seco y se llevó las manos a las caderas. El ambiente se volvió gélido. Pero Elena no iba a dejarse intimidar, sólo estaba haciéndole la misma pregunta que él le había hecho.
-¿Por qué lo preguntas? Elena tragó saliva.
-¿Es cierto que se suicidó?
-¿Se puede saber de dónde has sacado esa in formación?-preguntó él, sumamente tenso.
Tenía que decírselo, pensó Elena, aunque sabía que eso la condenaría para siempre.
-Del testamento.
Él se quedó inmóvil, distante, como si ella no estuviera allí. Y de pronto, rió secamente.
-¿Cómo he podido olvidarlo? sí, creo que el suicidio de mi madre aparece mencionado ahí, omitiendo los detalles más escabrosos, por supuesto.
Elena quiso decirle que no siguiera.
-La vi. Todo el mundo cree que no lo hice, pero sí que la vi. Se colgó con una sábana de la barandilla de lo alto de la escalera.
Ella se horrorizó, pero no dijo nada.
-Mis padres se casaron por conveniencia. El único problema era que mi madre amaba a mi padre, pero él amaba más construir su negocio y recuperar nuestro hogar en Grecia, que
A ella o a mí. Mi madre no soportó quedar en segundo plano, así que se volvió cada vez más manipuladora, más extrema en sus intentos de lograr su atención. Sus arrebatos sólo conseguían que mi padre se encerrara más en sí mismo. Entonces, empezó a autolesionarse y a decir que la habían atacado. Cuando eso no funcionó, dio el paso final.
Elena estaba helada. Qué horrible haber soportado eso. Damon había visto mucho más de lo que nadie creería. Recordó su reacción de rechazo al ver discutir a la pareja en la galería de arte.
-Damon... -dijo, poniéndose en pie.
Sacudió la cabeza. ¿Qué podía decir que no sonara ridículo? por fin, vio que él la miraba de verdad, como regresando a la realidad, y sintió un escalofrío. Sin duda, lamentaría haberle contado aquello.
-; ¿Damon qué? -preguntó él, secamente.
Elena se irguió. Sabía que él estaba dolido, pero ella no tenía la culpa.
-Todo lo que diga sonará a tópico, excepto que lamento que tuvieras que pasar por eso. Ningún niño debería presenciar algo tan horrible.
Su ausencia de dramatismo y su sincera afirmación hicieron que algo se rompiera dentro de Damon. Sintió una emoción desconocida apoderándose de él, y supo que la única manera de reprimirla sería aliviándose físicamente. Un alivio que se había negado, creyendo que recuperaba el control, cuando control era lo último que parecía poseer.
Estaba harto de negarse lo que deseaba y necesitaba. Pero no iba a permitir que Elena supiera lo mucho que la necesitaba. Ella iba a admitir que lo deseaba.
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