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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

15 octubre 2012

Rivales Capitulo 07


Capítulo 7

En el coche, de camino a Atenas, Damon trataba de contener su ira. Divisar los suaves muslos de Elena por el rabillo del ojo era demasiado.

Cuando la había visto con el vestido, había querido arrancárselo y ponerle otro que la tapara de la cabeza a los pies.  Sólo  cuando  ella  le  había  provocado,  se   había  dado cuenta de que ese deseo de decencia surgía de un lugar muy ambiguo.



De pronto, no le había gustado la idea de que resultara tan obvio   que   ella   era   su   amante.  El   hecho   de   tener   que recordarse que eso había sido justamente lo que quería lo conmocionó. Y más preocupante aún: acostarse con ella la última semana no  había disminuido su efecto sobre él. Cada vez que penetraba aquel grácil cuerpo, su deseo aumentaba exponencialmente. Además, cada  vez  era  más  consciente  de que  Elena  llamaba  mucho  la  atención  de  otros  hombres, algo, que ella aparentemente no advertía.

Él  estaba  comenzando  un  nuevo  camino, asentándose  en  el hogar  de  su  familia, por  no  mencionar  el  hecho  de  hacerse cargo  de  una  empresa  multimillonaria  al  tiempo  que mantenía sus negocios en Nueva York. Tenía mil y una cosas a las que dedicar su tiempo y energía. Pero Elena ocupaba gran parte de sus pensamientos, por lo que no podía evitar sentirse un estúpido: estaba acostándose con la enemiga, y ella estaba demostrando tener más control sobre él de lo que le gustaría admitir.

La única manera que él conocía de contrarrestar esas dudas era el control. Y lo único que deseaba controlar era a Elena. Ordenó al chófer que subiera la barrera de privacidad y, sin decir nada, se giró hacia ella. La elevó y se la sentó a horcajadas, levantándole  el  vestido  para  que  pudiera moverse con libertad. La agarró de las caderas y la acercó a su erección. Vio que ahogaba un grito, pero sus ojos no reflejaban ninguna emoción, como si se hubiera escondido en algún lugar lejano. Damon se ofendió, ¿cómo se atrevía a ocultarse?

Lo que siguió fue una batalla de egos más que una relación sexual.  Con   brusquedad,  Damon   se   bajó   la   cremallera   del pantalón, apartó  las  bragas  de  Elena, y  se  sumergió  en  su cálida humedad.

No permitió que ella desviara la mirada. Y, cuando cerró los ojos, le urgió a abrirlos. Elena obedeció, desafiante. Lo cual sólo  aumentó  la  intensidad  del  acto.  Ella  sabía  que  Damon quería algo, pero estaba decidida a no entregárselo. Por fin llegó el momento: Damon empezó a sentir los espasmos del orgasmo de  Elena y  supo que él  no  podría aguantar mucho más. Y así fue.

Terminado el acto, Damon apoyó su cabeza en los senos cubiertos de Elena. Sus cuerpos seguían íntimamente unidos. Vio que ella dudaba y le acariciaba el cabello, y se dio cuenta de que él  había  ganado  aquella  ronda. Curiosamente, no  se  sintió victorioso.

***

Más tarde, estando en otro acto público, Elena se preguntó cuánto  podría  aguantar  aquel  posar, acicalarse  y  mantener relaciones sociales. Estaba controlándose para no sucumbir a la tentación de estirarse el vestido hasta debajo de las rodillas. Se  sentía  expuesta, estaba  enfadada consigo  misma por haberlo elegido. Y cuando Damon había declarado que era perfecto, el enfado le había impedido cambiárselo.

En cuanto a lo que había sucedido en el coche, de camino hacia allá... aún se avergonzaba al haber permitido que Damon le hiciera algo así. Ella se había esforzado por mantener la calma, pero había sido casi imposible.

Había aprendido la lección la mañana después de su primera noche junta, cuando él se había mostrado tan frío.  Cada noche desde entonces, Damon acudía a su cama y hacían el amor, pero  al  poco  de  terminar, él  se  levantaba  y  regresaba  a  su propio dormitorio. Nada de quedarse con ella un  rato. Nada de  palabras  bonitas  ni  de  ternura. Nada  de  susurros  en  la noche, que era lo que ella siempre había imaginado que haría con un novio.

-Estás a miles de kilómetros de aquí, Elena.

Su mente regresó al abarrotado salón de uno de los hoteles más lujosos de Atenas. Meredith Mikaelson le sonreía.

—No te culpo —añadió la mujer, mirando a los dos hombres que hablaban cerca de ellas, ambos altos y llamando la atención, sobre todo de las mujeres.

Meredith suspiró indulgente.

-Aún recuerdo cómo era... ¿a quién quiero engañar? todavía eclipsa todo lo demás.

Elena sonrió tensa. Klaus la había saludado más cálidamente esa noche, como si hubiera superado alguna prueba. Y ella se había preguntado cómo podría romper la desconfianza de Damon. recordó que él la había sorprendido con las manos en la masa en  su  despacho,  y  reconoció  que  sería  difícil:  tendría  que creer que ella tal vez fuera inocente, pero no tenía razones para hacerlo, y menos aún interés.

Elena apartó esos pensamientos de su mente, abrumada por estar  sintiéndose  tan  vulnerable. Se  obligó  a  sonreír  más ampliamente.

—Cualquiera diría que seguís de luna de miel, y no que regresáis a casa junto a vuestros dos retoños.

Justo entonces, una conocida fue a buscar a Meredith, y Elena se quedó sola de nuevo. Inmediatamente, Damon se giró hacia ella y le tendió una mano. Ella la tomó, con la sensación de que algo trascendental acababa de suceder. Lo cual era ridículo. Pero se dio cuenta de que, desde aquel primer evento, Damon nunca la había  dejado  sola.  No  era  lo  que  se  dice  efusivo,  pero  sí solícito y atento.

Encontrarse  frente   a   él   y   a   Klaus   era   demasiado.  Intentó ignorar su inquietud y sonrió.

Klaus miró brevemente a Damon y luego a ella.

—Tengo que pedirte un favor. Ella asintió.

—Claro, lo que sea.

—Me gustaría encargarte un conjunto de joyas para Meredith. Nuestro aniversario es dentro de un par de meses, y dado que ella ha descubierto que tú diseñaste el collar que le regalé, sé que le encantaría el juego completo. Estaba pensando en una pulsera, y tal vez unos pendientes. ¿Qué te parece?

Elena sintió un enorme gozo. Y al instante, se entristeció al darse cuenta de que no tenía medios de llevar a cabo el encargo.

—Es un honor que me lo pidas. Me encantaría poder hacerlo, pero  desgraciadamente no  me  encuentro  en  una  posición  de crear algo nuevo, no tengo...

—Yo  me  aseguraré  de  que  tenga  todo  lo  necesario. Elena miró boquiabierta a Damon.

—Fabuloso   —señaló   Klaus—.  ¿Puedes   venir   a   mi   des pacho mañana por la mañana para que hablemos del diseño?

Elena lo miró anonadada.

—Claro que sí.

Meredith regresó y recordó a Klaus que habían prometido regresar pronto  a  casa. Mientras se  marchaban, Klaus  guiñó discretamente un ojo a Elena.

Cuando se quedaron solos,  Elena miró a Damon.

-oN deberías haberle prometido que yo aceptaría el encargo—dijo tensa—. No sabes cuánto costará hacer lo que él desea, sobre todo cuando lo quiere tan pronto. Además, no tengo un taller para trabajar.

Damon  la  abrazó, y  ella  sintió  miles  de  mariposas en  el  pecho. aparte  de  sujetarla  de  la  mano, Damon  apenas  la  tocaba  más íntimamente en público.

-La mansión tiene un montón de habitaciones vacías, y no tengo ninguna intención de negarle a mi amigo lo que desee.

¿Por qué a Elena le dolió el corazón ante aquella generosidad de Damon hacia su amigo?

***

Elena se  quedó en  la  puerta de  la  habitación, en  la  parte trasera de la mansión, y sacudió la cabeza con ironía. Había que ver lo que conseguía una riqueza sin límites: en sólo unos días, había montado un taller con la última tecnología para fabricar joyas. Ni siquiera en la universidad había tenido acceso  a   un   equipamiento  tan   bueno.  Le   dolía  saber  que, cuando  llegara  el  momento,  Damon  se  desembarazaría  de  él igual de rápido. Suspiró pesadamente.

— ¿No te gusta?

Elena se giró, llevándose la mano al pecho.

-¡Qué susto!

A pesar de eso, su traicionero cuerpo estaba respondiendo al verlo.

—Tienes cara de entierro, así que lo único que puedo deducir es que odias tu taller.

Ella  negó  con  la  cabeza, horrorizada  porque  él  captara  su torbellino interior con tanta facilidad.

-No, me encanta —aseguró, y le dio la espalda para protegerse—. Debes  de  haberte  gastado  una  fortuna. Sólo espero que no te cueste mucho deshacerte de todo.

Él se quedó en silencio durante un largo rato. —no te preocupes por eso —dijo por fin.

Algo se rompió en su interior ante las desenfadadas palabras de  ella. Le  parecía tan  sexy con  sus  vaqueros y  su  camiseta, que sintió cierta debilidad. Se oyó decir duramente:

—No te hagas ideas equivocadas con Klaus Mikaelson, es un hombre felizmente casado.

Elena lo miró sin dar crédito. Al ver la nueva calidez con que Klaus la trataba la otra noche, a Damon se le había encogido el estómago.

Además, ella  había  vuelto  radiante  de  su  reunión  con  Klaus para discutir los nuevos diseños. Por alguna razón, Damon había decidido   trabajar   desde   casa   ese   día,  y   había   salido   al vestíbulo al oírla llegar. Ella estaba tarareando, pero nada más verle, se había callado. Y lo había mirado con cautela.

Damon la había arrastrado a su estudio, donde una pasión como no había experimentado nunca le había hecho poseerla sobre su escritorio, como un adolescente lleno de hormonas.

Ella lo miró, dolida.

—Soy muy consciente de que Klaus está felizmente casado, y te aseguro que él estaría tan dispuesto a fijarse en mí, como tú a creer que no intenté robarte.

A Damon se le encogió el pecho.

-Eso es imposible.

A pesar de que fue muy bajo, la oyó inspirar sorprendida.

-Exacto —fue todo lo que dijo ella, con resignación en la voz. Casi vencida.

***

Más  tarde,  cuando  regresaban  de   la   inauguración  de   un nuevo restaurante, Elena se sintió exhausta. La conversación en el taller de joyería le había afectado más de lo que le gustaría admitir. Se hallaba en un aprieto: le gustaría defenderse acerca de que no era una ladrona, pero no quería que nada impidiera la boda de Katherine. Estaba furiosa consigo misma por querer defenderse, como si Damon fuera a mostrarle otra parte de sí mismo. Ella estaba condenada por ser quien era, y punto.

Siguió a Damon escaleras arriba, con la cabeza gacha. Se tropezó con él al llegar arriba y gritó asustada al sentir que caía al vacío.

En un segundo, Damon se giró y la agarró, apretándola contra sí. La miró con el ceño fruncido.

— ¿Se puede saber qué te ocurre?

Ella sacudió la cabeza. A pesar de su agotamiento, su cuerpo estaba  reaccionando  ardientemente. —nada. Sólo  estoy  un poco cansada.

Él se la quedó mirando y, de pronto, la soltó.

—Vete  a  dormir, Elena. Tengo  que  llamar  a  Nueva  York. Estaré ocupado unas dos horas.

Elena asintió, intentando ignorar su decepción.

—Mañana estaré fuera todo el día. Mi hermana y yo vamos a compramos los  vestidos para  la  boda  —le  informó, y  añadió dudosa—: no te he dado las gracias por asegurarte de que la ceremonia de Katherine se haya organizado tan rápidamente.

El rostro de Damon se hallaba oculto entre las sombras, así que ella no pudo ver su expresión.

—Era parte de nuestro acuerdo, ¿recuerdas? —dijo él.

—Por supuesto —contestó ella, dolida.

Y sin decir nada más, se giró y se metió en su habitación.

***

Damon debía telefonear a Nueva York, tenía a una sala de reuniones  entera  esperando  su  llamada, pero... no  lograba sacarse a Elena de la cabeza. Ni sus ojeras de cansancio. No lograba olvidarse de los últimos días, en que todo su mundo se había puesto patas arriba. Y sólo una cosa mantenía sentido: Elena Gilbert en su cama.

Su relación era totalmente diferente a las demás que había conocido. Ella seguía siendo un enigma. Un peligroso enigma.

No lograba dejar de pensar en la humildad con que le había dado las gracias por organizar la boda de su hermana, cuando eso  había  sido  una  herramienta  de  negociación  para asegurarse el futuro de las dos. Algo no le cuadraba.

Ella había tenido muchas oportunidades de hablar con su padre, pero no lo había hecho. Las pocas veces que había salido, había sido a ver a su hermana. Ni siquiera se había acercado a su antigua casa. Eso indicaba que el padre no tenía nada que ver. Pero  Damon  sabía  que  no  podía  olvidarse  del  todo  de  sus sospechas.

Una cosa estaba clara: cuanto más tiempo pasaba con Elena, en la cama o fuera de ella, menos lógico se volvía. Tal vez era el momento de recular y adquirir cierta perspectiva.

Por fin, se sentó al teléfono y se pasó las dos horas siguientes esforzándose por olvidar a la mujer que dormía en el piso de arriba.

***

Una  semana  después,  Elena  estaba  en  la  cama.  Sola.  Era tarde. Damon  había  telefoneado  antes  avisando  de  que  debía quedarse  a  trabajar, y  que  ella  cenara  en  casa. No  era  la primera  noche  que  sucedía  en  la  última  semana  y  ella, más que alegrarse por el descanso, estaba nerviosa.

Damon había sido tan apasionado desde que se habían conocido,
Que resultaba abrumador conocer su cara más distante.

De pronto, le oyó moviéndose en su propio dormitorio. Contuvo el aliento, pero pasaron los minutos y no sucedió nada.

Elena giró en la cama y contempló la oscuridad. Odiaba no sentir alivio porque él no entrara; odiaba que su cuerpo ardiera de deseo. Cerró los ojos, pero los abrió rápidamente ante las tórridas imágenes que acudieron a su mente. Nunca habría creído que el sexo podía ser tan... excitante. Y adictivo. Con sólo una mirada de él, ya se encendía. Eso debía de formar parte de su plan de venganza. Después de todo, él tenía mucha más experiencia.

Intentó dormir pero, como no lo conseguía, se levantó a por un vaso de agua.

Al abrir la puerta de la cocina, se encontró con Damon sentado frente a la isla, comiendo algo. La miró y ella reculó instintivamente, con la sensación de estar interrumpiendo un momento privado.

—Disculpa, no sabía que estabas despierto. Él le hizo un gesto de que entrara.

— ¿No podías dormir?

—No —respondió ella incómoda.

Se sentía cohibida con sus pantalones de pijama gastados y la fina  camiseta, aunque  aquel  hombre  conocía  su  cuerpo  casi

Mejor que ella misma. Claro, que ya no parecía tan interesado en ella. Le invadió la inseguridad.

—Sólo quería un poco de agua.

Se   acercó   al   frigorífico   y   sacó   una   botella,  intentando ignorar  su  pulso  disparado. Le  espantaba la  idea  de  que  él advirtiera lo mucho que lo deseaba.

Lo observó por el rabillo del ojo: iba vestido con vaqueros y camiseta, y tenía ojeras. Algo llamó su atención y se acercó a él.

— ¿Eso es mantequilla de cacahuete y mermelada? Damon asintió y terminó de comerse su sándwich.

Viendo a Elena desconcertada, dijo secamente:

— ¿Qué ocurre?

Ella sacudió la cabeza.

—Es sólo que... no habría imaginado... —dijo, sintiéndose como una idiota.

Había algo encantador en esa estampa. Sin darse cuenta de lo que hacía, Elena se sentó en el taburete frente a él.

— ¿Quieres uno? —le ofreció Damon, con una medio sonrisa. Ella negó con la cabeza.

—Mi yaya fue quien me aficionó a esto —explicó él, tapando los frascos—. solía decir que esta  combinación era lo  único que  le  hacía  soportable  vivir  en  estados  unidos. Nos colábamos en la cocina por la noche, a escondidas, y ella me preparaba los sándwiches y me hablaba de Grecia.

Elena sintió una extraña opresión en el pecho. —parece que era una mujer, encantadora.

—Lo era, y fuerte. Dio a luz a mi tío pequeño cuando se encontraban a un día de viaje de Ellis Island. Casi murieron ambos.

Elena no supo qué contestar. La punzada del pecho aumentó.

—Yo también tenía una relación estrecha con mi yaya, aunque no vivía con nosotros. No se llevaba bien con mi padre, así que sólo nos visitaba de vez en cuando. Pero de pequeñas, Katherine, Caroline y yo íbamos a verla tan a menudo como podíamos. Nos enseñó todo lo que sabía sobre plantas y hierbas, cocina tradicional griega... todo lo que a Irina, mi madrastra, no le interesaba.

— ¿Caroline? —inquirió Damon, frunciendo el ceño.

—Era la gemela de Katherine —respondió Elena con un dolor demasiado conocido—. Murió a  los quince años, en un accidente de coche bajando hacia Atenas desde las montañas. Era un poco alocada, y estaba atravesando una fase de rebeldía. Y yo no estaba aquí para... se  detuvo. ¿Por  qué  estaba contándole todo  eso? a él  no  le interesaría su historia.

— ¿Por qué no estabas aquí? —preguntó él.

Parecía querer saberlo realmente, y a ella estaba resultándole fácil hablar. Decidió confiar en él.

—Mi padre me envió a un internado en el oeste de Irlanda desde los doce años hasta que acabé el colegio, para que pudiera  aprender  sobre  mi  herencia  irlandesa  y  ver  a  mi madre  —contestó, obviando que  su  padre  básicamente no  la quería a su lado—. Lo peor fue separarme de las niñas y la yaya, que murió en mi primer semestre allí. Y yo estaba demasiado lejos para llegar a tiempo al entierro.

Elena  elevó  la  mirada  y  reprimió la  emoción al  pensar  en que tampoco le habían permitido regresar a casa para el entierro de Caroline, de ahí el posterior apego con Katherine.

— ¿Por qué se marchó tu madre? —preguntó Damon suavemente.

Elena  se  tensó. Nunca  hablaba  de  su  madre  con  nadie, ni siquiera con Katherine. Le generaba demasiadas emociones encontradas. Pero Damon no estaba presionándola, tan sólo estaban charlando por la noche. Inspiró hondo y respondió:

—Se   marchó   cuando   yo   tenía   dos   años.  Era   una   hermosa modelo de Dublín, y creo que la realidad de verse casada con un griego y llevar una tranquila vida casera en Atenas fue demasiado para ella. Regresó a  su  hogar y  a  su vida glamurosa. Mientras estudiaba en el internado, la vi un par de veces, pero eso fue todo.

«Qué patético», pensó. Su propia madre no había querido llevársela   consigo.  De   no   ser   por   el   nacimiento   de   las gemelas, y su instantáneo lazo con ellas, no sabía cómo podría haberlo soportado.

Se  hizo  el  silencio, y  Elena se  sintió incómoda. Acababa de contarle  más  de  lo  que  nunca  había  compartido  con  nadie. Ella también tenía preguntas. Con cierto temor, pero envalentonada por lo que acababan de compartir, le planteó:

— ¿Qué le sucedió a tu madre?

Damon, que acababa de guardar los tarros, se detuvo en seco y se llevó las manos a las caderas. El ambiente se volvió gélido. Pero  Elena  no  iba  a  dejarse  intimidar, sólo  estaba haciéndole la misma pregunta que él le había hecho.

-¿Por qué lo preguntas? Elena tragó saliva.

-¿Es cierto que se suicidó?

-¿Se   puede   saber   de   dónde   has   sacado   esa   in formación?-preguntó él, sumamente tenso.

Tenía  que  decírselo, pensó  Elena, aunque  sabía  que  eso  la condenaría para siempre.

-Del testamento.

Él se quedó inmóvil, distante, como si ella no estuviera allí. Y de pronto, rió secamente.

-¿Cómo  he  podido  olvidarlo? sí,  creo  que  el  suicidio  de  mi madre aparece mencionado ahí, omitiendo los detalles más escabrosos, por supuesto.

Elena quiso decirle que no siguiera.

-La vi. Todo el mundo cree que no lo hice, pero sí que la vi. Se colgó con una sábana de la barandilla de lo alto de la escalera.

Ella se horrorizó, pero no dijo nada.

-Mis  padres  se  casaron  por  conveniencia. El  único  problema era   que   mi   madre   amaba   a   mi   padre,  pero   él   amaba   más construir su negocio y recuperar nuestro hogar en Grecia, que

A ella o a mí. Mi madre no soportó quedar en segundo plano, así que se volvió cada vez más manipuladora, más extrema en sus intentos de lograr su atención. Sus arrebatos sólo conseguían que mi padre se encerrara más en sí mismo. Entonces, empezó a autolesionarse y a decir que la habían atacado. Cuando eso no funcionó, dio el paso final.

Elena estaba helada. Qué horrible haber soportado eso. Damon había  visto  mucho  más  de  lo  que  nadie  creería. Recordó  su reacción de rechazo al ver discutir a la pareja en la galería de arte.

-Damon... -dijo, poniéndose en pie.
Sacudió la cabeza. ¿Qué podía decir que no sonara ridículo? por fin, vio que él la miraba de verdad, como regresando a la realidad, y sintió un escalofrío. Sin duda, lamentaría haberle contado aquello.

-; ¿Damon qué? -preguntó él, secamente.

Elena  se  irguió. Sabía  que  él  estaba  dolido, pero  ella  no tenía la culpa.

-Todo  lo  que  diga  sonará  a  tópico, excepto  que  lamento  que tuvieras  que  pasar  por  eso. Ningún  niño  debería  presenciar algo tan horrible.

Su  ausencia de  dramatismo y  su  sincera afirmación hicieron que algo se rompiera dentro de Damon. Sintió una emoción desconocida apoderándose de él, y supo que la única manera de reprimirla sería aliviándose físicamente. Un alivio que se había  negado, creyendo  que  recuperaba  el  control, cuando control era lo último que parecía poseer.

Estaba harto de negarse lo que deseaba y necesitaba. Pero no iba a permitir que Elena supiera lo mucho que la necesitaba. Ella iba a admitir que lo deseaba.


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