CAPÍTULO
12
Al
verla algo nerviosa y reacia a contestar, Damon
le agarró una mano para tranquilizarla y eso la animó a hablar:
Damon se sentía furioso de ver que una chica tan
joven había cargado a sus espaldas, ella sola, con la muerte de sus padres.
—¿Y
qué pasó cuando ella murió?
—Me
fui a vivir con Nicklaus, pero cuando llegué allí no me dejó terminar mis
estudios. Me puso a trabajar en su apartamento. Yo estudié por mi cuenta para
aprobar los exámenes y acceder a la enseñanza superior y después me matriculé
en la universidad a distancia... —se detuvo un momento. —Estaba planeando
marcharme, tenía mi título, tenía mi trabajo en el club... y ya sabía que no
podía ayudar a Nicklaus. Lo único que estaba haciendo era ver cómo se
autodestruía. Bonnie tuvo suerte de tener un hermano como tú. Yo, en cambio,
siempre tuve la esperanza de que él cambiara... Es patético, lo sé.
—No
lo es.
En
ese momento Elena se dio cuenta de que eran los últimos clientes que quedaban
en el restaurante y, cuando salían de allí, Damon se detuvo, le besó la mano y le dijo:
—Gracias
por contarme lo de tu hermano, Elena.
Cuando
llegaron a la villa, Elena era un manojo de nervios. Durante el trayecto, a Damon se le había subido la camiseta y sus manos
habían estado en contacto directo con su piel. La tentación de explorar esa
zona de su cuerpo y la que se extendía justo debajo de su abdomen había sido
una verdadera tortura. Después de quitarse los cascos, Damon la bajó en brazos de la moto y le dijo:
—Ya
sabes que esta noche sólo puede terminar en un lugar, ¿verdad?
Elena
intentó respirar, intentó darle algo de racionalidad a la situación, pero lo
único que veía en su mente era la imagen de Damon. Sin embargo, le pidió que la
bajara y se apartó de él evitando su mirada.
—Mira,
no quiero...
—¿Qué
no quieres, Elena? ¿Esto?
La
llevó contra su cuerpo y ella se derritió; intentó resistirse, pero no pudo
hacerlo.
—Te
deseo, Elena —le rodeó la cara con ambas manos antes de besarla.
Ella
cerró los ojos, ¡cómo lo deseaba! Y en esa ocasión, cuando él la levantó en
brazos, simplemente asintió. Eso fue todo lo que Damon necesitó.
La
llevó a su dormitorio y en la oscuridad la dejó en el suelo y encendió una
lamparita.
Ella
comenzó a temblar y su respiración se entrecortó cuando él se situó detrás y,
después de apartarle el pelo, la besó por el cuello. Elena podía sentir sus
dedos desabrochándole los botones de la camisa y acariciando su piel desnuda.
La
sangre de él ardía; estaba tan excitado que sentía verdadero dolor. La giró
hacia sí y miró esos enormes estanques verdes de sus ojos. No ignoraría su boca
porque besar a Elena era como saborear el más dulce néctar. Ella abrió la boca
de un modo tan inocente que se olvidó de quitarle la camisa y se concentró en
saborearla y explorarla. Fue entonces cuando notó que Elena estaba intentando
quitarle la camiseta. Levantó los brazos para facilitarle el trabajo e inmediatamente
ella sintió sus músculos moverse bajo esa satinada piel aceituna. Acarició unos
duros pezones que se tersaron más todavía cuando se agachó para tocarlos con la
lengua, Damon enredó los dedos entre su
cabello y, con delicadeza, le echó la cabeza atrás, ligeramente impactado de lo
excitado que estaba.
Mientras
le quitó la camisa, ella, con una respiración cada vez más acelerada, no dejó
de mirarlo a los ojos. Después, él le desabrochó los pantalones y se los quitó.
El
material de su sujetador era muy fino y Elena notó sus pezones rozarse
dolorosamente contra la tela. Damon le
cubrió un pecho con la mano antes de acariciar su dura cúspide con el pulgar.
Ante la poderosa sensación, Elena tuvo que agarrarse a sus brazos para no caer.
Enseguida
Damon la despojó del sujetador y con un
rápido movimiento le bajó las braguitas. A Elena la invadió una ráfaga de calor
al verlo desprenderse de toda su ropa con impaciencia hasta que los dos
quedaron desnudos, el uno frente al otro.
Damon se acerco y la besó con intensidad. No podía
dejar de hacerlo y a ella no le importó. Que ese hombre la besara era como
verse en medio de una vorágine de placer. Su erección ejercía presión contra su
abdomen y ella se movía seductoramente contra él
Él
tuvo que controlarse para no estallar allí mismo. Cada experiencia con esa
mujer resultaba más explosiva que la anterior. Finalmente dejó de besarla con
un gemido.
—Elena...
—Damon...
—respondió ella sin pensar y mientras le acariciaba la boca.
Lo
había llamado «Damon», pero él no podía racionalizar nada en ese momento. Para
lo único que tenía fuerza era para tender a Elena bajo su cuerpo y tomarla. La
levantó en brazos y la llevó a la cama, donde la tumbó. Su cabello le enmarcaba
el rostro en un derroche de color. Las zonas más pálidas de su piel a las que
el sol no había tenido acceso, sus pechos y esa parte entre sus piernas, lo
animaron a besarlas y explorarlas mientras ella se retorcía de placer
aferrándose a él desesperadamente.
—Damon...
por favor...
Lo
único que Elena sabía era que Damon tenía
que adentrarse en ella en ese momento porque de lo contrario se moriría. La
había besado ahí abajo, su lengua la había acariciado íntimamente, y él la
había estado a punto de caer por el precipicio.
Sintió
el peso de su esbelto y fuerte cuerpo entre sus piernas y se arqueó hacia él
que, lentamente la penetró, sin dejar de mirarla a los ojos con tanta
intensidad que Elena sintió unas lágrimas acumulándose en ellos. La estaba
matando con tanta sensualidad y con tanta ternura y no sabía si podría
sobrevivir a ello.
Damon miraba esos ojos increíblemente hermosos y
ella alzó las caderas para dejarle deslizarse por completo en su interior. Y
con un gemido entrecortado, él se perdió en el fragrante mundo de la mujer que
tenía bajo su cuerpo, hasta que los dos cayeron en un placentero momento de
inconsciencia y de dicha.
Cuando
Damon se despertó a la mañana siguiente,
y aún con los ojos cerrados, recordó con todo detalle como Elena se había
movido y lo había cautivado mientras la tomaba una y otra vez. Su cuerpo aún se
excitaba ante la idea de poder alargar una mano y acariciar su sedosa piel. Y
eso hizo.... pero no sintió nada. Abrió los ojos y se incorporó. La cama estaba
vacía y fría. Hacía tiempo que ella se había ido. Furia y algo más lo
invadieron cuando se vistió antes de salir al pasillo para entrar en su
dormitorio. La cama estaba deshecha. ¿Había dormido allí? Pero entonces, ¿dónde
demonios estaba ahora? El sol apenas había salido.
Con
una ira irracional y cada vez mayor, recorrió la casa de arriba abajo hasta que
se vio frente a la puerta de su despacho.
Con
un nudo en el pecho, empujó la puerta y entró. Allí estaba Elena, de espaldas a
él, sentada en el suelo con unos vaqueros y una camiseta, el pelo recogido, y
con Doppo a su lado, como siempre, y con montones de papeles a su alrededor.
Ella
alzó la vista al sentirlo a su lado y un fuego la invadió al ver ese imponente
cuerpo.
Cuando
Damon se había quedado dormido
abrazándola, ella se había visto tentada a dormirse también, pero le había dado
miedo despertarse después y encontrarlo sentado en un silla frente a la cama y
mirándola, como había hecho aquella horrible mañana en Londres. Eso no podría
volver a soportarlo, nunca, y por esa razón se había ido de su cama esa noche y
también la noche de su boda, en Roma,
—¿Qué
está pasando, Elena?
—Estoy
trabajando con esto.
Él
se agachó y alargó una mano para levantarla del suelo, que Elena tomó
intentando ignorar el placer que la recorrió al hacerlo.
—Elena,
no espero que sigas trabajando con esto, Ya está controlado —apretó los labios
antes de añadir—: Aquella noche te dejé que me ayudaras para ponerte a
prueba... para ver cuánto sabías de los asuntos de Nicklaus.
Eso
no le resultó nuevo a Elena.
—Pero
aún me siento responsable por lo que hizo mi hermano...
—No
seas estúpida, Elena. Esto lo hizo tu hermano, no tú —dijo él sorprendiéndose a
sí mismo, ya que días atrás nunca la habría defendido.
—Sí,
pero me avergüenza lo que hizo y, mientras esté aquí, no permitiré que tú te ocupes
de esto, Y además, aún está pendiente el asunto de la deuda que tengo que
pagar. Tal vez podríamos llegar a un acuerdo por el que me dejaras buscar
trabajo para que pueda devolverte lo que te debo. Si pudieras darme una carta
de referencia por el trabajo que he hecho aquí me ayudaría a encontrar un
empleo.
Damon se pasó una mano por el pelo. ¿Por qué estaba
actuando así? Horas antes había visto otra mujer, la mujer que había conocido
en Londres. La mujer de la que quería ver más, Dulce, inocente, sexy... Pero
ahora era como si lo de la noche anterior no hubiera pasado. No sabía si
zarandearla para hacerla reaccionar o besarla.
Damon ya no pensaba de ningún modo que Elena tuviera
que pagar esa deuda, pero algo le hizo decir:
—Tardarías
años en pagar la deuda.
Vio
cómo Elena palideció en un instante.
—Lo
sé —dijo en voz baja y evitando mirarlo. —Eso es lo único que hay entre
nosotros y lo que me separa de mi libertad —entonces lo miró. —Pero mientras me
sigas reteniendo aquí, quiero trabajar para enmendar lo que hizo Nicklaus. Es
lo mínimo que puedo hacer.
Impulsado
por la ira al oír que, básicamente, ella no era más que su prisionera, se
acercó para decirle:
—La
deuda no es lo único que hay entre nosotros, Elena.
—No
volveré a acostarme contigo, Damon.
—¿Ah,
no? —y sin pensarlo, la tomó en sus brazos y la besó. Cuando ella no le ofreció
su boca, comenzó a besarla tiernamente por la cara, por las sienes y la
frente... hasta que Elena finalmente separó los labios...
Mientras
la besaba. Elena sabía que había sucedido lo peor que podía haber pasado porque
ahora él sabría lo mucho que lo deseaba y eso le daría un poder sobre ella más
potente que la deuda o que el hecho de que aún fuera su prisionera. Aunque lo
cierto era que siempre había sido una prisionera.... con la diferencia de que
su prisión no tenía ni muros ni un candado.
Dos
semanas después. Elena respiró tranquila por primera vez desde que Damon y ella habían empezado a dormir juntos, y la
única razón era que él había viajado a Roma para una reunión urgente. Ella
intentaba por todos los medios resistirse, pero cada vez que la tocaba... no
podía evitarlo. Durante el día mantenían las distancias, pero por la noche
ambos se volvían insaciables de deseo.
En
cuanto él se quedaba dormido, ella se levantaba para volver a su dormitorio.
Sabía que eso lo enfurecía y la noche anterior, cuando se había pensado que
estaba dormido y había intentado levantarse, Damon la había sujetado por el brazo y le había
dicho: «Esta noche no te escapas».
Elena
se había quedado allí tumbada un largo rato, pero nada más ver el sol salir,
había salido del dormitorio sin despertarlo. Había vencido esa vez, pero la
mirada de Damon antes de irse a Roma le
había dejado bien claro que no volvería a escapar... y ésa era la razón por la
que tenía que convencerlo para que la dejara marcharse de allí porque, a cada
día que pasaba, se estaba enamorando más y más de aquel lugar... de Salvatore...
de Doppo... y de Damon.
Salvatore
había estado dándole clases de italiano y Caroline le había enseñado a cocinar
unos platos típicos. Su corazón estaba haciéndose ilusiones con poder entrar a
formar parte de una familia, pero era demasiado peligroso seguir dándole pie a
esa ilusión. Tenía que seguir adelante y recuperar su vida y, aunque gracias a
la deuda de Nicklaus nunca tendría una libertad plena, tal vez cuando ese
matrimonio ridículo llegara a su fin y ella pudiera volver a casa y encontrar
un trabajo, sentiría algo de paz. Ahora lo único que tenía que hacer era
convencer a Damon para que la dejara
marchar.
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