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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

20 enero 2013

Cruel Capitulo 12


CAPÍTULO 12
 Al verla algo nerviosa y reacia a contestar, Damon  le agarró una mano para tranquilizarla y eso la animó a hablar:
—Nicklaus era siete años mayor y yo lo veía como a un héroe. Solía seguirlo a todas partes y no entendía por qué él no quería que yo estuviera a su lado. Era un chico brillante, obtuvo una beca para un colegio privado, pero cuando los otros chicos comenzaron a burlarse de él porque nuestro padre era cartero, comenzó a renegar de nuestra humilde familia. Pero mis padres eran maravillosos. Murieron con un año de diferencia y Nicklaus, que ya llevaba tiempo en Londres, apenas vino a visitar a mi madre mientras moría de cáncer...
Damon  se sentía furioso de ver que una chica tan joven había cargado a sus espaldas, ella sola, con la muerte de sus padres.
—¿Y qué pasó cuando ella murió?
—Me fui a vivir con Nicklaus, pero cuando llegué allí no me dejó terminar mis estudios. Me puso a trabajar en su apartamento. Yo estudié por mi cuenta para aprobar los exámenes y acceder a la enseñanza superior y después me matriculé en la universidad a distancia... —se detuvo un momento. —Estaba planeando marcharme, tenía mi título, tenía mi trabajo en el club... y ya sabía que no podía ayudar a Nicklaus. Lo único que estaba haciendo era ver cómo se autodestruía. Bonnie tuvo suerte de tener un hermano como tú. Yo, en cambio, siempre tuve la esperanza de que él cambiara... Es patético, lo sé.
—No lo es.
En ese momento Elena se dio cuenta de que eran los últimos clientes que quedaban en el restaurante y, cuando salían de allí, Damon  se detuvo, le besó la mano y le dijo:
—Gracias por contarme lo de tu hermano, Elena.


Cuando llegaron a la villa, Elena era un manojo de nervios. Durante el trayecto, a Damon  se le había subido la camiseta y sus manos habían estado en contacto directo con su piel. La tentación de explorar esa zona de su cuerpo y la que se extendía justo debajo de su abdomen había sido una verdadera tortura. Después de quitarse los cascos, Damon  la bajó en brazos de la moto y le dijo:
—Ya sabes que esta noche sólo puede terminar en un lugar, ¿verdad?
Elena intentó respirar, intentó darle algo de racionalidad a la situación, pero lo único que veía en su mente era la imagen de Damon. Sin embargo, le pidió que la bajara y se apartó de él evitando su mirada.
—Mira, no quiero...
—¿Qué no quieres, Elena? ¿Esto?
La llevó contra su cuerpo y ella se derritió; intentó resistirse, pero no pudo hacerlo.
—Te deseo, Elena —le rodeó la cara con ambas manos antes de besarla.
Ella cerró los ojos, ¡cómo lo deseaba! Y en esa ocasión, cuando él la levantó en brazos, simplemente asintió. Eso fue todo lo que Damon  necesitó.
La llevó a su dormitorio y en la oscuridad la dejó en el suelo y encendió una lamparita.
Ella comenzó a temblar y su respiración se entrecortó cuando él se situó detrás y, después de apartarle el pelo, la besó por el cuello. Elena podía sentir sus dedos desabrochándole los botones de la camisa y acariciando su piel desnuda.
La sangre de él ardía; estaba tan excitado que sentía verdadero dolor. La giró hacia sí y miró esos enormes estanques verdes de sus ojos. No ignoraría su boca porque besar a Elena era como saborear el más dulce néctar. Ella abrió la boca de un modo tan inocente que se olvidó de quitarle la camisa y se concentró en saborearla y explorarla. Fue entonces cuando notó que Elena estaba intentando quitarle la camiseta. Levantó los brazos para facilitarle el trabajo e inmediatamente ella sintió sus músculos moverse bajo esa satinada piel aceituna. Acarició unos duros pezones que se tersaron más todavía cuando se agachó para tocarlos con la lengua, Damon  enredó los dedos entre su cabello y, con delicadeza, le echó la cabeza atrás, ligeramente impactado de lo excitado que estaba.
Mientras le quitó la camisa, ella, con una respiración cada vez más acelerada, no dejó de mirarlo a los ojos. Después, él le desabrochó los pantalones y se los quitó.
El material de su sujetador era muy fino y Elena notó sus pezones rozarse dolorosamente contra la tela. Damon  le cubrió un pecho con la mano antes de acariciar su dura cúspide con el pulgar. Ante la poderosa sensación, Elena tuvo que agarrarse a sus brazos para no caer.
Enseguida Damon  la despojó del sujetador y con un rápido movimiento le bajó las braguitas. A Elena la invadió una ráfaga de calor al verlo desprenderse de toda su ropa con impaciencia hasta que los dos quedaron desnudos, el uno frente al otro.
Damon  se acerco y la besó con intensidad. No podía dejar de hacerlo y a ella no le importó. Que ese hombre la besara era como verse en medio de una vorágine de placer. Su erección ejercía presión contra su abdomen y ella se movía seductoramente contra él
Él tuvo que controlarse para no estallar allí mismo. Cada experiencia con esa mujer resultaba más explosiva que la anterior. Finalmente dejó de besarla con un gemido.
—Elena...
—Damon... —respondió ella sin pensar y mientras le acariciaba la boca.
Lo había llamado «Damon», pero él no podía racionalizar nada en ese momento. Para lo único que tenía fuerza era para tender a Elena bajo su cuerpo y tomarla. La levantó en brazos y la llevó a la cama, donde la tumbó. Su cabello le enmarcaba el rostro en un derroche de color. Las zonas más pálidas de su piel a las que el sol no había tenido acceso, sus pechos y esa parte entre sus piernas, lo animaron a besarlas y explorarlas mientras ella se retorcía de placer aferrándose a él desesperadamente.
—Damon... por favor...
Lo único que Elena sabía era que Damon  tenía que adentrarse en ella en ese momento porque de lo contrario se moriría. La había besado ahí abajo, su lengua la había acariciado íntimamente, y él la había estado a punto de caer por el precipicio.
Sintió el peso de su esbelto y fuerte cuerpo entre sus piernas y se arqueó hacia él que, lentamente la penetró, sin dejar de mirarla a los ojos con tanta intensidad que Elena sintió unas lágrimas acumulándose en ellos. La estaba matando con tanta sensualidad y con tanta ternura y no sabía si podría sobrevivir a ello.
Damon  miraba esos ojos increíblemente hermosos y ella alzó las caderas para dejarle deslizarse por completo en su interior. Y con un gemido entrecortado, él se perdió en el fragrante mundo de la mujer que tenía bajo su cuerpo, hasta que los dos cayeron en un placentero momento de inconsciencia y de dicha.


Cuando Damon  se despertó a la mañana siguiente, y aún con los ojos cerrados, recordó con todo detalle como Elena se había movido y lo había cautivado mientras la tomaba una y otra vez. Su cuerpo aún se excitaba ante la idea de poder alargar una mano y acariciar su sedosa piel. Y eso hizo.... pero no sintió nada. Abrió los ojos y se incorporó. La cama estaba vacía y fría. Hacía tiempo que ella se había ido. Furia y algo más lo invadieron cuando se vistió antes de salir al pasillo para entrar en su dormitorio. La cama estaba deshecha. ¿Había dormido allí? Pero entonces, ¿dónde demonios estaba ahora? El sol apenas había salido.
Con una ira irracional y cada vez mayor, recorrió la casa de arriba abajo hasta que se vio frente a la puerta de su despacho.
Con un nudo en el pecho, empujó la puerta y entró. Allí estaba Elena, de espaldas a él, sentada en el suelo con unos vaqueros y una camiseta, el pelo recogido, y con Doppo a su lado, como siempre, y con montones de papeles a su alrededor.
Ella alzó la vista al sentirlo a su lado y un fuego la invadió al ver ese imponente cuerpo.
Cuando Damon  se había quedado dormido abrazándola, ella se había visto tentada a dormirse también, pero le había dado miedo despertarse después y encontrarlo sentado en un silla frente a la cama y mirándola, como había hecho aquella horrible mañana en Londres. Eso no podría volver a soportarlo, nunca, y por esa razón se había ido de su cama esa noche y también la noche de su boda, en Roma,
—¿Qué está pasando, Elena?
—Estoy trabajando con esto.
Él se agachó y alargó una mano para levantarla del suelo, que Elena tomó intentando ignorar el placer que la recorrió al hacerlo.
—Elena, no espero que sigas trabajando con esto, Ya está controlado —apretó los labios antes de añadir—: Aquella noche te dejé que me ayudaras para ponerte a prueba... para ver cuánto sabías de los asuntos de Nicklaus.
Eso no le resultó nuevo a Elena.
—Pero aún me siento responsable por lo que hizo mi hermano...
—No seas estúpida, Elena. Esto lo hizo tu hermano, no tú —dijo él sorprendiéndose a sí mismo, ya que días atrás nunca la habría defendido.
—Sí, pero me avergüenza lo que hizo y, mientras esté aquí, no permitiré que tú te ocupes de esto, Y además, aún está pendiente el asunto de la deuda que tengo que pagar. Tal vez podríamos llegar a un acuerdo por el que me dejaras buscar trabajo para que pueda devolverte lo que te debo. Si pudieras darme una carta de referencia por el trabajo que he hecho aquí me ayudaría a encontrar un empleo.
Damon  se pasó una mano por el pelo. ¿Por qué estaba actuando así? Horas antes había visto otra mujer, la mujer que había conocido en Londres. La mujer de la que quería ver más, Dulce, inocente, sexy... Pero ahora era como si lo de la noche anterior no hubiera pasado. No sabía si zarandearla para hacerla reaccionar o besarla.
Damon  ya no pensaba de ningún modo que Elena tuviera que pagar esa deuda, pero algo le hizo decir:
—Tardarías años en pagar la deuda.
Vio cómo Elena palideció en un instante.
—Lo sé —dijo en voz baja y evitando mirarlo. —Eso es lo único que hay entre nosotros y lo que me separa de mi libertad —entonces lo miró. —Pero mientras me sigas reteniendo aquí, quiero trabajar para enmendar lo que hizo Nicklaus. Es lo mínimo que puedo hacer.
Impulsado por la ira al oír que, básicamente, ella no era más que su prisionera, se acercó para decirle:
—La deuda no es lo único que hay entre nosotros, Elena.
—No volveré a acostarme contigo, Damon.
—¿Ah, no? —y sin pensarlo, la tomó en sus brazos y la besó. Cuando ella no le ofreció su boca, comenzó a besarla tiernamente por la cara, por las sienes y la frente... hasta que Elena finalmente separó los labios...
Mientras la besaba. Elena sabía que había sucedido lo peor que podía haber pasado porque ahora él sabría lo mucho que lo deseaba y eso le daría un poder sobre ella más potente que la deuda o que el hecho de que aún fuera su prisionera. Aunque lo cierto era que siempre había sido una prisionera.... con la diferencia de que su prisión no tenía ni muros ni un candado.


Dos semanas después. Elena respiró tranquila por primera vez desde que Damon  y ella habían empezado a dormir juntos, y la única razón era que él había viajado a Roma para una reunión urgente. Ella intentaba por todos los medios resistirse, pero cada vez que la tocaba... no podía evitarlo. Durante el día mantenían las distancias, pero por la noche ambos se volvían insaciables de deseo.
En cuanto él se quedaba dormido, ella se levantaba para volver a su dormitorio. Sabía que eso lo enfurecía y la noche anterior, cuando se había pensado que estaba dormido y había intentado levantarse, Damon  la había sujetado por el brazo y le había dicho: «Esta noche no te escapas».
Elena se había quedado allí tumbada un largo rato, pero nada más ver el sol salir, había salido del dormitorio sin despertarlo. Había vencido esa vez, pero la mirada de Damon  antes de irse a Roma le había dejado bien claro que no volvería a escapar... y ésa era la razón por la que tenía que convencerlo para que la dejara marcharse de allí porque, a cada día que pasaba, se estaba enamorando más y más de aquel lugar... de Salvatore... de Doppo... y de Damon.
Salvatore había estado dándole clases de italiano y Caroline le había enseñado a cocinar unos platos típicos. Su corazón estaba haciéndose ilusiones con poder entrar a formar parte de una familia, pero era demasiado peligroso seguir dándole pie a esa ilusión. Tenía que seguir adelante y recuperar su vida y, aunque gracias a la deuda de Nicklaus nunca tendría una libertad plena, tal vez cuando ese matrimonio ridículo llegara a su fin y ella pudiera volver a casa y encontrar un trabajo, sentiría algo de paz. Ahora lo único que tenía que hacer era convencer a Damon  para que la dejara marchar.

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