Capítulo 22
Damon se arrastró hasta la ducha y se
fustigó con quince minutos de agua helada. Había intentado localizar a Klaus,
pero su amigo no contestaba. Tenía que preparar su defensa. Era el negocio más
importante de su vida. Ni el hotel ni la fusión con Forbes. Ni siquiera la
sociedad con sus amigos.
Elena y el bebé eran más importantes
que todo eso. Se odiaba por haberse comportado como un bastardo frío y
calculador. Pero si se dignaba a escucharle, si le daba otra oportunidad, le
demostraría que nada en el mundo le importaba más que ella.
Salió de la ducha con las ideas
claras, congelado y con un firme propósito: recuperarla.
Tras vestirse regresó al salón, y
descubrió a Stefan y a Cam recostados en los sillones.
—Tenéis un aspecto horrible —observó
camino de la cocina.
—Mira quién habla —bufó Cam—, don
Alcohol en persona. ¿Nadie te ha dicho que ya eres demasiado mayor para esas
cosas? Bonita manera de envenenarte.
—Cuéntame algo que yo no sepa —murmuró
Damon.
—¿Y ahora qué? —insistió Stefan.
—Tengo que recuperarla —contestó él—.
Es la mujer que amo. Mi hijo. No puedo renunciar a ellos por un ridículo proyecto
de construcción.
—Hablas en serio… —observó Cam.
—Por supuesto que hablo en serio —rugió
Damon—. No soy el mismo bastardo capaz de cualquier cosa por cerrar un trato.
No sé cómo me aguantasteis durante tanto tiempo.
—De acuerdo —Cam sonrió—, pero no te
pongas pesado.
—¿Sabéis algo de Klaus? Le envié tras
ella, pero el hijo de perra no contesta el teléfono.
—Quizás lo que no contesta son tus
llamadas —Stefan sacudió la cabeza.
Aquello, desde luego, no tranquilizó a
Damon.
Stefan marcó el número en el mismo
instante en que las puertas del ascensor se abrían. Damon se volvió
bruscamente, conteniendo el aliento en espera de ver aparecer a Elena. Sin
embargo lo dejó escapar al ver a Klaus… solo.
—¿Dónde demonios está Elena? —rugió—.
Llevo dos horas llamándote. ¿Dónde has estado?
—Escuchando los sollozos de Elena —los
ojos de Klaus reflejaban ira y censura—. Espero que estés contento por haberte
cargado lo mejor que te ha pasado en la vida.
—¡Un momento! —intervino Stefan—. Eso
no es asunto nuestro, Klaus. Ya se ha mortificado bastante él solo sin
necesidad de que añadas nada más.
—Claro, eso lo dices porque no la has
oído llorar durante dos horas.
—¿Dónde está? —exigió saber Damon. La
imagen de Elena llorando le provocaba un intenso dolor en el pecho—. Necesito
verla, Klaus. ¿Dónde la llevaste?
—Al aeropuerto.
—¿Al aeropuerto? ¿Ha despegado ya?
¿Tengo tiempo de alcanzarla?
—Seguramente ya estará volando —Klaus
sacudió la cabeza.
Damon soltó un juramento antes de
estrellar un puño contra la pared intentando contener la rabia que rugía en su
interior.
Al levantar la vista sintió una
especie de paz interior. Miró a sus amigos, sus socios, y supo que seguramente
sería el fin de su relación.
—Tengo que ir tras ella.
—Desde luego —asintió Stefan.
—Voy a anular el trato. Me importa un
bledo cuánto me cueste, aunque me cueste todo. Ya lo he perdido todo. Voy a
devolverle esa maldita tierra. Jamás creerá que la amo si se interpone entre
nosotros. Tengo que deshacerme de ella.
—Estoy de acuerdo —Cam asintió—. Es la
única manera de convencerla de que la amas.
Para sorpresa de Damon, los tres
amigos asintieron al unísono.
—¿No estáis enfadados como demonios?
Nos jugábamos mucho en todo este asunto.
—¿Qué te parece si nos dejas hablar
con los inversores? —preguntó Stefan—. Tú ve tras tu mujercita. Sienta la
cabeza. Ten hijos. Sé asquerosamente feliz. Yo veré qué puedo hacer para salvar
algo del trato. Quizás encontremos otro lugar en el que construir.
—No sé qué decir —contestó Damon—. Os
debo un montón.
—Ya, bueno, pues no te creas que no me
lo voy a cobrar. Más adelante. Después de que hayas hecho las paces con Elena —Stefan
sonrió.
—¿Necesitas que te lleven al
aeropuerto? —preguntó Klaus.
—Claro, iré a por mi billetera.
—¿No vas a llevarte siquiera un bolso
de mano? —preguntó Cam.
—Ni hablar. Elena me comprará más
vaqueros y chanclas cuando esté allí.
—¿Después de patearte el culo? —inquirió
Stefan.
—Dejaré que me haga lo que quiera
mientras me acepte de nuevo.
—Cielo santo —exclamó Cam asqueado—.
¿Hay algo más patético que esto?
—Al parecer el amor provoca estos
efectos en un tío —Stefan soltó una carcajada—. Acepta un consejo. Cásate por
dinero y contactos, como yo.
—Creo que es mejor aún no casarse
nunca —observó Cam—. Te evitas un costoso divorcio.
—Y yo soy el bastardo —Damon sacudió
la cabeza—. Vamos Klaus, tengo que tomar un avión.
—¡Elena!
La aludida se volvió y vio a su abuela
saludando desde la terraza con Silas a su lado.
Llevaba un par de horas contemplando
el agua, sola con sus pensamientos. Sabía que Silas y su abuela estaban
preocupados. Les había dado una versión abreviada de todo lo sucedido, sin
entrar en detalles.
Sabían que Damon la había humillado y
que construiría en sus tierras, algo que Elena había estado dispuesta a
permitirle de todos modos. De manera que el resultado habría sido el mismo,
salvo que había perdido al hombre que amaba.
Elena devolvió el saludo con la mano y
se giró de nuevo hacia el mar. Aún no estaba preparada para enfrentarse a
ellos. Estaba agotada y necesitaba dormir durante un día entero, pero cuando
cerraba los ojos, oía de nuevo las palabras de Damon.
El móvil volvió a sonar y, tal y como
había hecho las otras veinte veces que Damon había llamado, pulsó el botón para
rechazar la llamada.
¿Qué más podía decirle? ¿Que lo
sentía? ¿Acaso no había pretendido abandonarla? ¿Esperaba que lo perdonara
porque había olvidado lo idiota que era? ¿Cómo podía estar segura de que no era
otra estratagema para conseguir que cerrara el pico?
Si la mantenía callada el tiempo
necesario, el trato quedaría sellado.
No le gustaba lo cínica que se había
vuelto. Antes nunca se le habría ocurrido pensar así de nadie, pero Damon le
había enseñado mucho sobre el mundo de los negocios y hasta dónde eran capaces
de llegar algunas personas por dinero.
Esperaba que ganara montones de dinero
con su hotel, y que eso le diera calor por las noches. Esperaba que le
compensara por todos los besos que iba a perderse.
La idea le deprimió. El dinero no era
más que papel. Sin embargo un hijo era precioso. El amor era precioso. Y ella
se lo había ofrecido a Damon sin reservas. ¡Qué idiota!
Emprendió el regreso a casa de su
abuela. Le aseguraría a Mamaw que estaba bien y se marcharía a su casa para,
con suerte, dormir hasta el día siguiente.
Al acercarse vio a Damon en la terraza,
pero no había rastro de Mamaw o Silas. ¿Cómo demonios había llegado tan pronto?
¿Para qué se había molestado siquiera? No reaccionó ante su presencia. No le
daría esa satisfacción.
Pasó junto a él y se dirigió por el
camino de piedra hacia su propia casa.
—Elena —llamó él—. Espera, por favor.
Tenemos que hablar.
Ella aceleró el paso, consciente de
que la seguía. En el instante en que abría la puerta de su casa, la mano de Damon
se cerró en torno a su muñeca.
—Por favor, escúchame —le suplicó—. Sé
que no merezco nada de ti. Pero, escucha. Te amo.
Elena cerró los ojos al sentir el
intenso dolor que la inundaba.
—Tú no sabes amar —susurró—. No tienes
alma ni corazón.
—No te mentiré —él dio un respingo,
pero no la soltó—. Ni intentaré suavizar lo que hice.
—Pues mejor para ti —contestó ella con
amargura—. ¿Te sientes mejor así? Déjame en paz, Damon. Ya tienes lo que
querías. Si lo que quieres es la absolución, búscate un cura. Yo no puedo
ofrecértela. La tierra es tuya. Construirás el complejo. Todo el mundo
contento.
—Tú no —observó él con dolor—. Y yo
tampoco.
—Por favor, Damon —suplicó Elena—.
Estoy cansada, agotada. Sólo quiero dormir.
—Te quiero, Elena. Y eso no va a
cambiar. Duerme un poco. Pero esto no ha terminado. No voy a dejarte marchar.
¿Me consideras despiadado? Pues aún no has visto nada.
Le acarició una mejilla y se dio media
vuelta para marcharse hacia la casa de Mamaw.
Elena cerró los ojos. El dolor en el
pecho resultaba insoportable. Tenía ganas de gritar. Tenía ganas de llorar.
Pero no pudo hacer nada más que quedarse de pie viendo cómo el hombre al que le
había entregado todo se marchaba.
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