Capítulo 2
Elena entró en la sala de reuniones de un lujoso hotel de
Seattle. A pesar de ser temprano, la mitad de los asientos estaban ocupados.
Miró la sala en busca de Damon con una sensación de mariposas revoloteando en
el estómago. ¿Estaría allí?
¿Realmente la estaría buscando? Era difícil de
creer. Y más difícil reconocer las sensaciones que se apoderaban de ella ante
la sola idea de verlo.
Una cara con cicatrices y el consecuente tratamiento
con láser habían hecho que no saliera con chicos durante la escuela secundaria
y la universidad. Su timidez había sido tan extrema entonces, que sus padres
habían perdido las esperanzas de que se casara. Con el tiempo se había
conformado con la idea de que moriría soltera, la tía soltera de la familia,
como era tradicional, con cabello cano y casas llenas de recuerdos de otra
gente.
Era demasiado tímida para ir en busca de hombres y demasiado común para
que fueran en busca de ella. Sin embargo, había algo en Damon que la hacía
sentirse diferente.
Y eso la asustaba.
Un hombre como aquél era imposible que le correspondiese.
-Elena. Has llegado.
Elena reconoció aquella voz profunda aun sin darse
la vuelta.
-Buenas noches, Damon.
-¿Quieres sentarte conmigo?
Ella asintió, incapaz de responder con su voz. Él la
acompañó a una silla en medio del salón, más cerca de la parte de delante de lo
que acostumbraba a estar ella.
Damon la ayudó a sentarse tomando su brazo, un gesto
tan cautivador como alarmante. Alarmante porque eso significaba que sentiría
su tacto. Sus cálidos dedos en su brazo eran suficientes para que perdiera el
equilibrio.
Varias personas se dieron la vuelta para mirarlos.
Evidentemente, despertaban la curiosidad de los lugareños. Una mujer le
sonrió. La recordaba de la biblioteca; una persona agradable pero un poco
cotilla.
Elena miró al ponente de aquel día, que estaba
hablando con el presidente de la asociación.
El ponente era una autoridad en telescopios de
George Lee e Hijos. Se suponía que llevaría un ejemplar de su colección. Elena
estaba impaciente por verlo y pensó que el bulto cubierto de seda roja debía de
ser el preciado objeto.
Cuarenta minutos más tarde tuvo la confirmación de
su sospecha.
El ponente invitó a la audiencia a acercarse y
mirarlo.
-¿Quieres verlo? -le preguntó Damon.
Ella se encogió de hombros.
-¿Qué quiere decir ese gesto?
Elena lo miró. Fue como una bomba que explotase en
su cerebro, y casi dejó escapar un suspiro, pero se lo reprimió.
Sonrió.
-El gesto significa que probablemente me prive de
ese placer.
-Te acompañaré.
¿Para protegerla?, se preguntó Elena.
-No es eso -mintió-. Prefiero no esperar en la cola.
Ya hay mucha gente formándola.
Damon miró.
-¿Estás segura de que prefieres no verlo?
-Sí.
Damon le interesaba más que el telescopio.
-Entonces, quizás puedas cenar conmigo esta noche y
conversar acerca de mi nuevo hobby. Me da la impresión de que conoces bien el
tema.
-¿Cenar?
—¿Te da aprensión cenar con un extraño?
Lo que pasaba era que nunca había estado con un
jeque, ni jamás había experimentado una mezcla tal de sensaciones físicas como
estando cerca de él.
-No -dijo ella, sorprendida.
—Entonces, déjame que te invite a cenar esta noche.
-No sé...
—Por favor —el tono pareció más de orden que de ruego.
Pero a ella le afectó igualmente.
-Supongo que puedo seguirte al restaurante con mi
coche.
-Muy bien. ¿Te gusta el marisco?
-Me encanta.
—Hay un bonito restaurante a menos de cien metros de
aquí. Podemos ir andando.
-Creo que ha empezado a llover -dijo ella.
Damon sonrió sardónicamente.
-Si es así, te dejaré mi gabardina.
Elena se rió al imaginar el aspecto que tendría con
una prenda varias tallas más grandes.
-No hará falta. Sólo que he pensado que no te gustaría
mojarte.
—No te lo habría sugerido, en ese caso.
-Por supuesto.
Fue un paseo corto. Y aunque había nubes negras, no
llovió.
Se pasaron la cena hablando de su hobby favorito. Elena
se sorprendió de lo que sabía Damon y se lo comentó.
-He leído los libros que me has recomendado esta
tarde.
-¿Ya?
-Casi todos.
-¡Guau! Supongo que no has tenido que volver al
trabajo.
-Todos tenemos nuestras obligaciones -dijo él con
una sonrisa.
-No lo malinterpretes. Jamás te hubiera imaginado
como alguien que antepone sus hobbys a su trabajo.
-Hay veces en que aparece algo inesperado en
nuestras vidas y hay que ponerlo en primer lugar.
Elena hubiera preguntado por aquella afirmación tan
misteriosa, pero no lo conocía lo suficiente como para preguntarle.
Ninguno de los dos tomó postre, y él la acompañó al
coche. Agarró las llaves de Elena y lo abrió.
Le hizo señas de que entrase.
-Gracias por la cena -dijo ella antes de sentarse
frente al volante.
-Ha sido un placer, Elena.
Dos días más tarde, Damon la invitó a ver un espectáculo
el sábado. Se trataba de una especie de recorrido por las estrellas. Requería
que estuvieran todo el día juntos y un viaje de tres horas a Portland. La perspectiva
de pasar todo ese tiempo juntos en el espacio cerrado del coche la había tenido
nerviosa todo el tiempo.
Y saltó cuando sonó el telefonillo de su piso anunciando
su llegada.
Elena apretó el botón.
-Enseguida bajo -contestó.
-Te espero -respondió él con aquella voz sensual.
Todavía no podía creer que aquel hombre tan atractivo
estuviera interesado en ella.
Cuando Elena bajó, lo encontró esperando en la entrada.
-Buenos días, Elena. ¿Estás lista para irnos?
Ella asintió mientras lo devoraba con la mirada.
Llevaba un suéter y un pantalón que realzaban sus formas musculosas. A Elena
se le secó la boca de deseo. Se lamió los labios y tragó saliva.
-Sí.
-Entonces, vamos -Damon le tomó el brazo y la
acompañó afuera, donde los esperaba una limusina negra.
-Creí que conducirías tú.
-He querido prestarte toda mi atención exclusivamente.
Hay un cristal que nos da privacidad. Podemos estar todo lo solos que queramos.
Lo dijo de un modo que despertó fantasías en la
mente de Elena. Fue una sensación tan sorprendente, que ella casi dejó escapar
un suspiro.
-¿Estás bien?
-B... Bien -balbuceó, casi zambulléndose en el
asiento.
Elena lamentó no poder disimular su actitud.
Seguramente las mujeres que salieran con él se desenvolverían
mejor que ella y no se sentirían turbadas ante su proximidad, reflexionó.
Claro que su sonrisa era letal, pensó Elena cuándo
él se sentó frente a ella.
-¿Quieres algo de beber? -Damon abrió una pequeña
nevera que había en la limusina.
-Un zumo, por favor.
—Entonces, ¿son los telescopios antiguos tu único
hobby?
-¡Oh, no! Soy una lectora voraz. Supongo que por eso
trabajo en una biblioteca.
-Lo supuse.
-Sí, pero también me gusta hacer excursiones por
zonas naturales -sonrió ella.
Damon alzó las cejas.
-Tal vez debí decir pasear por los bosques.
-¡Ah! ¿Y no sueñas despierta a veces?
Elena se sorprendió de que él hubiera adivinado
aquello tan íntimo.
-Sí. Estar lejos de la gente y al aire libre es algo
un poco mágico.
-A mí también me gusta estar al aire libre, pero prefiero
el desierto a los bosques.
-Por favor, cuéntame cosas del desierto.
Y lo hizo. Y se pasaron el viaje hablando de cosas
que ella no solía hablar con nadie. Damon pareció comprender su timidez. No
parecía molestarlo, lo que la ayudaba a poder ser abierta con él.
Tampoco despreció sus opiniones como solía hacer su
padre. Y Elena se sintió cautivada por su personalidad.
La llevó a almorzar a un restaurante que daba al río
Willamette. La comida estaba deliciosa, la vista del río,
impresionante, y su compañía, abrumadora para su corazón y sus sentidos. Empezó
a temer que se estuviera enamorando de un hombre inalcanzable.
Cuando se sentaron en las butacas del teatro, Damon
rodeó los hombros de Elena con su brazo.
Ella no estaba acostumbrada al tacto de un hombre,
pero su cuerpo pareció despertarse sexualmente ante aquel contacto.
Damon intuía que Elena se sentía atraída por él,
algo que jugaba a su favor, facilitándole la seducción y el cumplimiento del
deber.
Gracias a un entrenamiento especializado se había
librado de un reciente asesinato, pero sus padres no habían tenido la misma
suerte. Él no había podido salvarlos y eso aún lo obsesionaba.
El hecho de que entonces tuviera diez años de edad
no había mitigado su necesidad de proteger a su familia en aquel momento, a
cualquier precio.
Aún recordaba el sonido del grito de su madre al ver
que habían disparado a su esposo delante de ella. Un grito que había sido
interrumpido por otro disparo. Su hermana pequeña había sollozado a su lado. Damon
le había tomado la mano y la había llevado por un pasaje secreto para sacarla
del palacio, un pasadizo conocido sólo por los miembros de la familia real y
sus más fieles sirvientes.
Habían sido días de terrible calor en el desierto. Damon
había utilizado las enseñanzas de su abuelo beduino, y había buscado refugio
en el desierto para él y su hermana. Había encontrado a la tribu de su abuelo.
Y habían sobrevivido. Pero Damon jamás olvidaría el precio.
Un gemido de Elena lo devolvió al presente. Se dio
cuenta de que había estado acariciando su cuello con el pulgar. Los ojos de Elena
estaban fijos en la pantalla, pero su cuerpo estaba excitado.
Un cortejo y una seducción de un mes antes del matrimonio
podría ser demoledor.
Elena se deleitó en brazos de Damon. Era natural
que bailase con ella. Después de todo, él era su acompañante y todos estaban
bailando.
El baile se hacía para recaudar fondos para el hospital
de niños de St. Jude. Elena había invitado a Damon para que la acompañase,
pensando que le diría que no. Pero no lo había hecho. Había aceptado acompañarla
e incluso cenar con la familia de ella antes.
Su madre se había sentido seducida por su exótico
encanto y su enigmática presencia. Aunque llevaba un traje normal, aquel hombre
exudaba un aire de jeque.
-Tu hermana es muy amable.
Elena se acercó unos centímetros a él y se reprimió
las ganas de apoyar la cabeza en su hombro y aspirar su fragancia.
-Sí. Mi hermana y yo estamos muy unidas.
-Eso es bueno.
-Eso pienso yo -sonrió Elena.
-La familia es muy importante.
-Sí.
Elena no sabía adonde quería llegar él.
—El tener hijos y dejar la herencia de generación en
generación también es importante -agregó él.
-Estoy de acuerdo. No puedo imaginarme una pareja
casada que no quiera tener hijos.
Damon sonrió.
-Supongo que la gente tendrá sus razones, pero tú no
serás nunca uno de ellos.
Ella soñó por un momento con una boda y una familia,
sobre todo con aquel hombre.
-No, yo no seré nunca uno de ellos -sonrió.
Sería difícil que se casara, pensó Elena. Pero,
¿para qué pensar ahora en cosas deprimentes?
El pulgar de Damon empezó a acariciar su espalda y
ella olvidó sus pensamientos, incluso los deprimentes.
Cerró los ojos, y se permitió apoyar su mejilla en
la de él.
Probablemente no la invitaría más a bailar, pero no pudo
reprimirse.
En lugar de parecer ofendido, Damon se apretó más
contra ella, y bailaron hasta que dejaron de poner música lenta y empezó la
movida.
No volvió a invitarla a bailar esa noche, pero no la
descuidó en absoluto. Cada vez que se acercaba alguna mujer a coquetear con él,
Damon usaba todo su encanto para alejarla y volver a centrar su atención en
ella.
Elena abandonó su lucha interna.
Estaba enamorada. Completamente. Irremediablemente.
Elena quitó la tarjeta que venía con las flores.
Ponía: Para una mujer cuya belleza interior florece más que la de una rosa.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Damon y ella
habían pasado la noche anterior en un concierto de beneficencia. Elena había
hablado a favor de los niños, de sus sueños y esperanzas. Había estado muy
nerviosa, pero había querido hacer un llamamiento a favor de la fundación.
Más tarde, Damon le había dicho que su amor por los
niños y su compasión había sido evidente a pesar de sus nervios. Se había
sentido halagada con aquel cumplido. Pero las rosas rojas la habían
impresionado.
Puso las flores en un jarrón sobre su escritorio, a
la vista de todos los visitantes de la biblioteca.
Damon la hacía sentir especial, aun siendo sólo amigos.
A veces ella fantaseaba con que fueran algo más. Pero, ¿qué otra cosa podía ser
si ni siquiera la había besado?
Pasaban mucho tiempo juntos y la atracción de Elena
por él aumentaba día a día. Pero Damon parecía poco atraído por ella
físicamente.
No le sorprendía. No era el tipo de mujer que inspiraba
lujuria, pensó desanimada.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos al ver a Damon
entrar en la biblioteca.
Se acercó a ella con arrogancia inconsciente, algo
que a ella le pareció incluso simpático.
Entonces se dio cuenta de que tenía unos papeles en
la mano, y los dejó a un lado cuando lo vio acercarse a su escritorio.
Damon se detuvo delante de su escritorio cuando ella
estaba intentando colocar unos papeles.
-Elena...
Elena levantó la cabeza y sus ojos azules se fijaron
en él.
-Lo siento. He recordado que tenía que archivar estos
papeles... -agitó levemente unos folios que tenía en la mano—... cuando te he
visto.
-¿Y no podías saludarme antes? -preguntó él, divertido.
-Podría haberme olvidado de los papeles fácilmente.
¿Se daría cuenta ella de lo que estaba revelando con
aquella afirmación? Él estaba acostumbrado a tener cierto impacto en las
mujeres, pero una mujer más sofisticada jamás lo habría admitido.
-Entonces tendré que contentarme con conversar con
la coronilla de tu cabeza hasta que termines.
-A veces, suenas tan formal... ¿Se debe a que el
árabe lo es, o el inglés es tu segunda lengua y te resulta más difícil hablar
con naturalidad?
No era la primera vez que el repentino cambio de
tema de Elena lo dejaba desorientado.
-El francés es mi segunda lengua -respondió-. No he
aprendido inglés hasta después de dominar el francés.
-¡Oh! Siempre he pensado que el francés es un bonito
idioma. Yo aprendí alemán y español en la escuela, pero debo admitir que no
tengo facilidad para el francés.
—No he venido a hablar sobre la fluidez en otros idiomas.
-Claro. ¿A qué has venido?
-A ver a mi amiga.
Un brillo rápido había atravesado la mirada de Elena
cuando él había pronunciado la palabra «amiga», pero había sido muy fugaz como
para interpretarlo.
-¡Oh! ¿Quiero saber cuántos?
-¿Cuántos qué, pequeña?
Elena se puso colorada al oír aquel apelativo
cariñoso. Aquel trato era normal en su cultura, entre un hombre y una mujer que
tienen intención de casarse, pero a ella pareció ponerla incómoda.
-¿Cuántos idiomas hablas fluidamente? -preguntó
ella, casi sin aliento.
Y él sintió terribles deseos de quitarle el aliento
con un beso.
No podía hacerlo, por supuesto. No era el momento ni
el lugar adecuados, pero no tardaría mucho. Damon sonrió en anticipación, y los
ojos de Elena se agrandaron.
—Hablo fluidamente francés, inglés, árabe y todos
los dialectos de mi gente, pequeña -repitió.
Ella tomó aliento y contestó.
-No tan pequeña.
Aunque Elena era un poco más alta que la media de
las mujeres, a menudo hacía comentarios en los que parecía sentirse enorme. Damon
se acercó a ella y deslizó un dedo por su cuello.
—Para mí, eres pequeña.
Ella tembló, y él sonrió.
Pronto sería suya.
-Supongo que sí -contestó Elena, mirándolo.
Él deseaba besarla. Tenía que hacer un gran esfuerzo
para reprimirse, algo en lo que se había entrenado en la guardia de élite: a
dar un paso atrás y bajar la mano.
-He venido a preguntarte si querías cenar conmigo
esta noche.
Elena abrió la boca pero no dijo nada. Se conocían
desde hacía tres semanas y habían compartido muchas comidas, y asistido a
varias funciones. Sin embargo, ella parecía sorprendida cada vez que la invitaba
a salir.
-Venga, no creo que sea una sorpresa. Comimos juntos
ayer incluso.
Ella sonrió.
-Por eso estoy sorprendida. Creí que querrías pasar
tiempo con... -se interrumpió.
Pero sus ojos dijeron lo que iba a decir: «otras mujeres».
No se valoraba a sí misma. Y eso no le gustaba a él.
-No quiero pasar tiempo con ninguna otra mujer
-respondió.
Ahora era el momento. Sus ojos estaban llenos de
felicidad. No había duda. Ella estaba lista. Ya la había cortejado
suficientemente.
-Me encantaría cenar contigo.
-Entonces, te veré esta noche.
-Damon.
Él se detuvo.
-Podrías haber llamado. Te habrías ahorrado un viaje
de una hora hasta aquí desde Seattle;
-En ese caso no habría tenido el placer de verte.
Damon la vio a punto de derretirse y entonces sonrió
antes de marcharse. Cumpliría con su deber muy pronto, pensó.
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