PRÓLOGO
Damon Salvatore
miró durante un largo rato los fríos rasgos de la mujer muerta. Su hermana
pequeña. Sólo tenía veinticuatro años y toda la vida por delante. Pero ya no.
Esa vida se había apagado en un terrible accidente de coche y él había llegado
demasiado tarde para evitarlo, para protegerla.
Debería haber seguido sus instintos y haberle
insistido en que volviera a casa semanas antes... Si lo hubiera hecho, se
habría dado cuenta del peligro en que se encontraba su hermana.
Ese pensamiento le hizo apretar los puños mientras, el
dolor y la culpabilidad lo invadían. Luchó por mantener el control, tenía que
calmarse y llevarse a su hermana a casa. Su padre y él la llorarían allí, y no
en ese frío país donde la habían seducido aprovechándose de su inocencia,
marcando así el oscuro camino que la había conducido hasta ese trágico final.
Alargó una temblorosa mano y deslizó un dedo sobre una mejilla helada. Eso casi
lo hundió. El accidente no le había marcado la cara y eso hacía que fuera más
difícil de soportar todavía, porque le parecía que su hermana volvía a tener
ocho años, cuando se aferraba con fuerza a su mano. Haciendo acopio de todo su
control, se inclinó hacia delante y la besó en su húmeda frente sin vida.
Se giró bruscamente y, con una voz ronca por el dolor,
dijo:
—Sí. Es mi hermana. Bonnie Salvatore —una parte de él
no podía creer que estuviera pronunciando esas palabras, que no se tratara de
una terrible pesadilla. Se apartó a un lado para dejar que el empleado de la
morgue subiera la cremallera de la funda que envolvía el cuerpo.
Damon murmuró
algo ininteligible y salió de la sala embargado por una claustrofóbica
sensación para dirigirse al hospital deseando respirar algo de aire fresco.
Aunque era una estupidez porque el hospital se encontraba exactamente en mitad
de un Londres cargado de humo.
Una vez fuera, respiró hondo, ignorando las miradas
que atraía con su cuerpo alto y esbelto y su magnífico físico de piel aceituna,
Parecía un dechado de potente masculinidad contra el telón de fondo del
hospital bajo la luz de la mañana.
No veía nada más que el dolor que sentía por dentro.
El doctor lo había descrito como un trágico accidente, pero Damon sabía que había sido mucho más que eso. Dos
personas habían muerto en el choque: su hermanan su bella, querida e indomable
Allegra, y su artero amante, Nicklaus Gilbert. El hombre que la había seducido
premeditadamente, con una mano puesta sobre su fortuna y con la otra evitando
que Damon interfiriera. La rabia volvía
a arder en su interior. No había presentido lo que Gilbert tramaba hasta que ya
había sido demasiado tarde y ahora lo sabía todo, pero esa información ya no
suponía nada porque no servía para traer de vuelta a Allegra.
Pero una persona había sobrevivido al choque. Una persona
había salido de ese hospital justo una hora después de que la hubieran atendido
la noche anterior. Recordó las palabras del doctor:
«No tiene ni el más mínimo rasguño en su cuerpo, es
realmente increíble. Era la única que llevaba el cinturón de seguridad y no hay
duda de que eso le salvó la vida. Es una mujer afortunada».
Una mujer afortunada. Elena Gilbert. La hermana de Nicklaus.
Los informes decían que era Nicklaus el que conducía, pero eso no hacía que Elena
Gilbert fuera menos responsable. Damon apretó
los puños con más fuerza, tenía la mandíbula tan tensa que se estaba haciendo
daño.
Había tenido que enfrentarse al desmoralizador momento en que el médico
le había informado de que su hermana tenía altos niveles de drogas y alcohol en
el organismo.
Cuando su conductor se detuvo frente a las escaleras
del hospital, se obligó a moverse y se sentó en el asiento trasero. Según se
alejaban de ese nefasto lugar, tuvo que contener un momento de pánico en el que
sintió la necesidad de decirle al conductor que se detuviera y volver para ver
a Bonnie una última vez; como si tuviera que asegurarse de que estaba realmente
muerta, de que se había marchado para siempre.
Pero no lo hizo y controló ese momento de pánico.
Estaba muerta y su cuerpo era lo único que yacía allí. Era consciente de que
ésa había sido la única vez en años que algo lo había golpeado a través del
alto muro de hierro que había levantado para proteger sus emociones... y su
corazón. Desde ese momento se había vuelto más fuerte e impermeable y ahora
tenía que hacer uso de esa fuerza. Sobre todo por el bien de su padre. Tras
conocer la muerte de su única y amada hija, había sufrido un leve infarto y
seguía en el hospital.
Atrapados en la hora punta londinense, su mente volvió
a centrarse en la mujer que había tenido mucho que ver en ese terrible y
trágico día. El hermano de esa mujer estaba muerto, pero los dos eran igual de
culpables por lo que habían planeado juntos. Eran un equipo y Damon sabía que no descansaría hasta que la
obligara a sentir parte del dolor que él estaba sintiendo ahora. El hecho de
que ella hubiera salido del hospital tan poco tiempo después del choque, hacia
que ese amargo sentimiento fuera más fuerte todavía, Había salido ilesa e
impune.
Ahora tenía que esperar antes de poder llevarse a casa
a su hermana, donde la enterrarían con sus antepasados mucho antes de lo que
debería haber sido.
Observó las concurridas calles por las que pasaban
personas centradas en sus asuntos y a las que no les importaba nada el resto
del mundo. Elena Gilbert era una de esas personas.
Y en ese mismo momento. Damon supo que haría todo lo posible por
encontrarla y hacerle enfrentarse a lo que se merecía.
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